¿Ya no hay caballeros?
Hoy han acudido a solicitar ayuda: un abogado, un profesor de élite
de esquí de montaña, un deportista de fama, procedentes de distintos lugares de
España: Cádiz, Cataluña y País Vasco. La historia de cada uno empieza hace ocho
años, o dieciocho, o menos, pero en todos ellos parte de una separación
matrimonial. Lo más asombroso es que son un buen ejemplo de personas sin hogar
que dominan la situación, que se encuentran en el lugar que deben estar,
ayudando a otros que se encuentran en fase de descenso o de recuperación.
La pobreza, aunque sea forzada e inesperada, lleva a estas personas
a descubrir la generosidad que hay en ellos; todo ahora les viene gratis: un
bocadillo, una palabra de aliento, una cama en un albergue; esta generosidad
provoca que toda la riqueza que llevan consigo: su carrera, su experiencia
profesional, se ponga en marcha al socorro de otros más pobres en recursos y
capacidades. Se encuentran con una realidad para la que están sobrados en
capacidades y recursos humanos, y descubren el valor de darse sin exigir...
Hoy, estaba embelesado, escuchando la narración espontánea de su
vida a A., y me vino a la mente la imagen de un caballero, un caballero que
para no hacer más daño a una mujer y a sus hijos, deja la familia, pierde la
profesión y se lanza a la vida con lo puesto y nada más, ¿nada más? No, nada
más no, se va con una vida de trabajo y esfuerzo a sus espaldas, con un título
que le ha capacitado para desempeñar un buen trabajo. Antiguamente los caballeros
se iban a la guerra, a servir al Rey, y así su vida no se desperdiciaba, la
aprovechaban todos, ganando o perdiendo batallas, pero en todo caso sirviendo a
la patria y al rey; ahora una persona como A., que pierde su familia, su
trabajo, no tiene otra alternativa, o sí, otros he conocido que se han ido a la
legión, para someter su rebeldía a una disciplina ordenada y sacrificar su vida
por la familia, la patria, o Dios mismo.
En estos tiempos la alternativa es la calle, que permite muchas
formas de supervivencia, y, cuando ya las fuerzas y la moral van flaqueando, y
el deterioro ha hecho muchas mellas en el cuerpo y en el alma, entonces por
propia iniciativa si aún le quedan fuerzas, o de la mano de algún buen
samaritano llama a la puerta de alguna institución para que le acoja. Entonces
viene la remontada de los infiernos de la droga, del alcohol, de la soledad.
Por so A., ahora ofrece sus servicios como abogado a otros que
están en peores condiciones que él, es un capital humano que no ha quedado desperdiciado,
y resulta admirable porque no ha perdido la fe en la justicia, porque ahora
ejerce de abogado de “causas perdidas”, quiero decir de abogado de indigentes,
víctimas de alguna injusticia, y saca fuerzas de flaqueza para confiar en el
ser humano, en la sociedad, y en sí mismo.
Otro caso es el de P., profesor de esquí, acostumbrado a la
disciplina, al esfuerzo, al control del cuerpo, gracias a Dios no tiene ningún
vicio, y una vez que ha superado la fase terrible del descenso a la indigencia
es otro caballero, también se fue para no hacer más daño a su familia. Malgastó
lo que le quedaba, que no era poco, con la intención de acabar consigo mismo
seguramente. Pero, él es más fuerte que el poder destructivo del dinero que
tenía, la formación que le llevó a ser un afamado maestro en su profesión le ha
salvado de la destrucción. Ahora sabe exactamente cuáles son sus cualidades y
cómo debe emplearlas, es una persona generosa y quiere devolver la ayuda que le
han prestado a él sacándolo del abismo; ahora duda entre volver a su vida
pasada o dedicarse a ayudar a otros que están viviendo lo que él, gracias a
Dios, ya ha asimilado y superado.
Estamos sin duda en una crisis histórica, que supondrá un cambio de
era, no se cómo se llamará porque la actual es “la sociedad de nuestro tiempo”,
incluso otros han hablado del fin de la historia; pero ya vemos que la sociedad
no ha sabido responder a esas expectativas de desarrollo continuado y sin
retorno. Esos profetas que se han fiado de la capacidad humana por sí sola para
desarrollar una sociedad perfecta se han equivocado. Yo creo firmemente que una
sociedad sin Dios no tiene futuro, el ansia de poder del hombre es irrefrenable
y una vez conseguido lo trastorna, se cree Dios y se vuelve despótico.
Estamos viviendo un despilfarro que sobrepasa lo material, están
sobrando las personas, y el Estado no garantiza los derechos de todos, los
representantes políticos consienten, impasibles, que muchos de sus ciudadanos
pierdan derechos fundamentales, hablan y hablan, culpan de los males a otros y
no son capaces de cohesionar la sociedad.
Pero, precisamente este caudal humano que hemos visto en estas
personas sin hogar, cuando su número sea suficiente, cuando la crisis sea
total, cuando en los estados se declare el “sálvese quien pueda”, quizá
entonces surja una nueva sociedad, fruto de la generosidad y la entrega a la
causa más noble: el derecho a vivir con dignidad y en armonía con todos los
seres humanos.
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