jueves, 9 de enero de 2014

¿Ya no hay caballeros?

¿Ya no hay caballeros?

Hoy han acudido a solicitar ayuda: un abogado, un profesor de élite de esquí de montaña, un deportista de fama, procedentes de distintos lugares de España: Cádiz, Cataluña y País Vasco. La historia de cada uno empieza hace ocho años, o dieciocho, o menos, pero en todos ellos parte de una separación matrimonial. Lo más asombroso es que son un buen ejemplo de personas sin hogar que dominan la situación, que se encuentran en el lugar que deben estar, ayudando a otros que se encuentran en fase de descenso o de recuperación.

La pobreza, aunque sea forzada e inesperada, lleva a estas personas a descubrir la generosidad que hay en ellos; todo ahora les viene gratis: un bocadillo, una palabra de aliento, una cama en un albergue; esta generosidad provoca que toda la riqueza que llevan consigo: su carrera, su experiencia profesional, se ponga en marcha al socorro de otros más pobres en recursos y capacidades. Se encuentran con una realidad para la que están sobrados en capacidades y recursos humanos, y descubren el valor de darse sin exigir...

Hoy, estaba embelesado, escuchando la narración espontánea de su vida a A., y me vino a la mente la imagen de un caballero, un caballero que para no hacer más daño a una mujer y a sus hijos, deja la familia, pierde la profesión y se lanza a la vida con lo puesto y nada más, ¿nada más? No, nada más no, se va con una vida de trabajo y esfuerzo a sus espaldas, con un título que le ha capacitado para desempeñar un buen trabajo. Antiguamente los caballeros se iban a la guerra, a servir al Rey, y así su vida no se desperdiciaba, la aprovechaban todos, ganando o perdiendo batallas, pero en todo caso sirviendo a la patria y al rey; ahora una persona como A., que pierde su familia, su trabajo, no tiene otra alternativa, o sí, otros he conocido que se han ido a la legión, para someter su rebeldía a una disciplina ordenada y sacrificar su vida por la familia, la patria, o Dios mismo.

En estos tiempos la alternativa es la calle, que permite muchas formas de supervivencia, y, cuando ya las fuerzas y la moral van flaqueando, y el deterioro ha hecho muchas mellas en el cuerpo y en el alma, entonces por propia iniciativa si aún le quedan fuerzas, o de la mano de algún buen samaritano llama a la puerta de alguna institución para que le acoja. Entonces viene la remontada de los infiernos de la droga, del alcohol, de la soledad.

Por so A., ahora ofrece sus servicios como abogado a otros que están en peores condiciones que él, es un capital humano que no ha quedado desperdiciado, y resulta admirable porque no ha perdido la fe en la justicia, porque ahora ejerce de abogado de “causas perdidas”, quiero decir de abogado de indigentes, víctimas de alguna injusticia, y saca fuerzas de flaqueza para confiar en el ser humano, en la sociedad, y en sí mismo.

Otro caso es el de P., profesor de esquí, acostumbrado a la disciplina, al esfuerzo, al control del cuerpo, gracias a Dios no tiene ningún vicio, y una vez que ha superado la fase terrible del descenso a la indigencia es otro caballero, también se fue para no hacer más daño a su familia. Malgastó lo que le quedaba, que no era poco, con la intención de acabar consigo mismo seguramente. Pero, él es más fuerte que el poder destructivo del dinero que tenía, la formación que le llevó a ser un afamado maestro en su profesión le ha salvado de la destrucción. Ahora sabe exactamente cuáles son sus cualidades y cómo debe emplearlas, es una persona generosa y quiere devolver la ayuda que le han prestado a él sacándolo del abismo; ahora duda entre volver a su vida pasada o dedicarse a ayudar a otros que están viviendo lo que él, gracias a Dios, ya ha asimilado y superado.

Estamos sin duda en una crisis histórica, que supondrá un cambio de era, no se cómo se llamará porque la actual es “la sociedad de nuestro tiempo”, incluso otros han hablado del fin de la historia; pero ya vemos que la sociedad no ha sabido responder a esas expectativas de desarrollo continuado y sin retorno. Esos profetas que se han fiado de la capacidad humana por sí sola para desarrollar una sociedad perfecta se han equivocado. Yo creo firmemente que una sociedad sin Dios no tiene futuro, el ansia de poder del hombre es irrefrenable y una vez conseguido lo trastorna, se cree Dios y se vuelve despótico.
Estamos viviendo un despilfarro que sobrepasa lo material, están sobrando las personas, y el Estado no garantiza los derechos de todos, los representantes políticos consienten, impasibles, que muchos de sus ciudadanos pierdan derechos fundamentales, hablan y hablan, culpan de los males a otros y no son capaces de cohesionar la sociedad.
Pero, precisamente este caudal humano que hemos visto en estas personas sin hogar, cuando su número sea suficiente, cuando la crisis sea total, cuando en los estados se declare el “sálvese quien pueda”, quizá entonces surja una nueva sociedad, fruto de la generosidad y la entrega a la causa más noble: el derecho a vivir con dignidad y en armonía con todos los seres humanos.


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