jueves, 9 de enero de 2014

¡Qué mal está el mundo!



Voy a hacer un resumen de la semana, y podría resumirla con la expresión: “¡qué mal está el mundo!”, pero como cada caso es especial, tiene nombre y apellidos, y es irrepetible e intransferible, y a veces insufrible, pues hagamos justicia al menos a estos pocos casos entre los cinco millones de personas  que según la memoria de Cáritas fueron acogidas durante 2012.

[Sigue diciendo Cáritas:  esta cifra refleja un creciente empobrecimiento de la sociedad y el aumento del riesgo de fractura social. Más allá de la coyuntura de la crisis, este deterioro está consolidando una nueva estructura social donde crece la espiral de la escasez y el espacio de la vulnerabilidad.]

¿Y de cuánto estás? - le pregunta la trabajadora social -,   de dos meses, más o menos, responde la mujer, que viene con dos niñas pequeñas, preciosas, de no más de cinco años la mayor. Tiene miedo, pero está orgullosa; nos dice que ha acudido a Red Madre, que allí le aconsejan no abortar, y en cambio le ayudan con los niños. Ha venido a entregar los numerosos papeles y certificados que se exigen para un programa de ayuda a familias necesitadas por causa de la crisis.

En un momento de la conversación nos enseña la cartilla de ahorros, de una que fue de las cajas principales en Andalucía…de aquellas que te permitían algún descubierto a fin de mes, sin cobrar intereses…pues ahora, que la han ascendido a Banco, con mayúsculas, le cobra a esta pobre mujer ocho euros de comisión por mantenimiento… Con lo bien que me venían… dice, sin siquiera mal tono, con una sonrisa además… Los bancos se han vuelto insensibles y voraces, en plena crisis el dinero se ha retraído y concentrado escandalosamente.

Ahora le toca a mi amigo N., que se ha acomodado en el albergue,  miente para justificar su permanencia. Pero lo reconoce, como un niño que ha sido “pillado” en una de las suyas…¿esto es mentir?, Quizá, pero si él fue un niño de Nuevo Futuro, y allí aprendió a comportarse como es debido; aún hoy es capaz de recitar, orgulloso, los eslóganes y las frases sobre el buen comportamiento sin esfuerzo, le salen como una lección bien aprendida; por eso pronto reconoce la falta y se siente mal.

No es fácil hoy vivir sin trabajo, sin casa, sin familia…Todavía menos cuando se ha disfrutado algún tiempo del trabajo, de sus beneficios y de sus exigencias… Es difícil ver cómo el vecino sigue trabajando, puede sacar la familia adelante y disfrutar de los aparatos de última generación…, mientras yo cada día tengo que ir soltando lastre para sobrevivir hasta llegar a carecer de lo más elemental y tener que pedir ayuda. Estos contrastes entre ciudadanos, vecinos, incluso entre parientes y hermanos, van salpicando cada vez más las ciudades, los barrios, los bloques de viviendas y los portales, y hasta la misma planta del edificio…Divide y vencerás…

Jamás ha habido tantas guerras, hay guerras clásicas en numerosos lugares de la tierra, unas políticas, otras de religión, todas innecesarias e injustas. Pero hay una guerra que afecta fundamentalmente al llamado mundo desarrollado (o estragado), que se esparce como una de las plagas de Egipto y va atrapando familia a familia, individuo a individuo. Hay leyes que fomentan la guerra en el hogar, de género, las llaman. Hay también una guerra de conceptos, en la que unos grupos intentan imponer a todos los ciudadanos unos eufemismos que les permitan el reconocimiento de determinados comportamientos o derechos, algunos de los cuales suponen la anulación  de otros o la desaparición de instituciones sociales sobre las que se ha venido asentando durante siglos esta sociedad del bienestar, hacia la que no se muestra agradecimiento, sino exigencia y desprecio incluso.


Para completar el resumen y para demostrar lo que acabo de decir,  brevemente expondré el último caso. Llega un chico joven con  una señora de cierta edad, la cual viene en silla de ruedas. Tras unos minutos de espera me acerco a ellos por si puedo ayudarles en algo, al decirles que esta oficina es para personas sin hogar, el joven me contesta que su madre está en la calle, que él no puede tenerla en casa porque no tiene sitio; son tres en casa, su mujer trabaja y él tiene que buscarse la vida, con lo cual no pueden hacerse cargo de su madre… No pude apreciar ningún lazo de afecto entre ellos, la mujer no me parecía consciente de su situación, ni le dolían las palabras del hijo… Aunque, deduzco por la enfermedad que dice tener y su actitud, que la madre no ha dedicado mucho tiempo y cuidados a su hijo… y ahora no puede decirle que “amor con amor se paga”…

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