“Caballeros valientes y princesas encantadas son, por lo tanto,
excelentes metáforas que pretenden traspasar la idea de coraje y de nobleza de
carácter esenciales a quien ama.
Esta lucha heroica por el valor de la esencia de
otro no está al alcance de todos. La mayor parte de las personas son
egocéntricas, se alegran al trenzar sus egoísmos en figuras improvisadas de
resultado siempre disforme... Tal vez porque así consiguen disfrazar el vacío
que es la prueba de cuan frustrante, frívolo, e inútil es su paso por este
mundo.” José Luis Nunes Martins
Mientras leía ayer la
hermosa y profunda crónica de José Luís Nunes Martins sobre el amor y la vida,
o, sobre la vida y el amor, me vino a la memoria un pensamiento que me asaltó
en un momento de esos en que oyes tantas y tan malas noticias, y tan variadas,
de cerca y de lejos, de todas partes, de ricos y de pobres, y de la gente
corriente, que no puedes dejar de ver lo mal que está el mundo, en general, y
en el entorno cercano, y quizá en ti mismo, si eres una de esas víctimas de la
crisis, directamente o por solidaridad o cercanía.
Como digo, no pude por
menos de pensar en aquel momento: “si la gente tuviera miedo, no pasarían estas
cosas”.
Nos han
hecho creer que los cuentos clásicos eran malos, porque los niños sufrían con
los protagonistas sus calamidades y temores. Nos han hecho creer que la
religión es mala, porque los curas sólo nos hablaban del infierno. Con el
miedo dominaban nuestras
conciencias, los padres y los curas, y nos privaban de ser libres y felices.
Antes todo
era malo, y ahora todo es bueno, porque somos “libres”. Realmente hemos
escuchado la voz del mal, y nos hemos desprotegido frente a sus adulaciones.
Ahora nos tiene en sus manos, y nos cansamos de todo, y nos tememos y nos
enfrentamos unos con otros, porque no sabemos utilizar la libertad sólo en
nuestro bien y en el de todos.
Y lo peor es
que, muchos han quemado las naves, o han olvidado el camino de
regreso a la seguridad de la casa, de la familia, de la fe en Dios
Todopoderoso, para poder aprender a vivir como corresponde en cada etapa de la
vida. Como niño experimentando los sinsabores que ofrece la vida con juegos,
bajo la protección paterna, para pasar entrenado a las pruebas verdaderas que
se le pueden presentar en
la adolescencia y la juventud, sabiendo
bien que nuestros actos tienen consecuencias, y así ir eligiendo el camino
mejor entre tentaciones, aspiraciones y deberes. Y así llegar a la madurez en
condiciones de dar lo mejor de
sí mismo como persona particular, como ciudadano y profesionalmente.
Entregarse,
hasta dejarse absorber por el bien. Renunciar al egoísmo en beneficio del bien
común. Con estos mimbres nos saldría otra sociedad, más acogedora.
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