jueves, 9 de enero de 2014

¡Era una sensación tan extraña!

  
Hoy ha vuelto  A., un hombre que puede decirse que representa a muchos españoles en estos momentos: sale abatido y empobrecido de un proceso de separación, con una hija pequeña. Pierde  un trabajo cualificado y se convierte de la noche a la mañana en una persona sin hogar; todavía mendiga una ayuda entre familiares y amigos, sin encontrar respuesta, los familiares no pueden, los amigos se molestan y poco a poco van dejando de serlo.

Entonces recurre a Cáritas parroquial, pero sólo le dan algo de comida; va a tener que dormir en la calle y recurrir a los servicios para personas sin hogar, así entrará en otro  mundo, opuesto al que disfrutaba no hace mucho. Ni siquiera irá al albergue, porque no soporta el ambiente, prefiere dormir en la calle, y si es posible pasar desapercibido. Quizá no duerma, a pesar del cansancio, hurgando en la memoria para cuando llegue el  día seguir llamando a otras puertas, en otro tiempo abiertas para él, y a otras al azar, con   la esperanza de acertar con la que le de una oportunidad de recuperar  la dignidad.

Nos falta un dato desconcertanate: él es un hombre de Iglesia y de cofradía. A penas se le escapa una leve crítica, pero le duele reconocer que lo dejaron caer: “yo creía que al tener amigos dentro de la Iglesia iba a tener más ayuda, pero me mandan a cáritas”.Él no quería tener que dar ese paso, y bien mal que lo pasó el primer día que llamó a la puerta, me costó convencerlo de que no tenía que sentir vergüenza, y que viniera cuando quisiera. Marchó algo animado, pero su  confianza en la Iglesia se ha visto amenazada.

Hoy vuelve, han pasado meses, y lo encuentro más o menos como la primera vez, aunque ya un poco más dueño de sí mismo. Se sentó y comenzó a aliviar un poco su cabeza: “lo peor de todo fue  tener que dormir en la calle. Cuando desperté y miré alrededor, no sabía donde estaba, qué había pasado. ¡Era una sensación tan extraña!”. Se resiste a acomodarse a vivir en la calle y a tener que comer de la caridad. Ya es casi un experto en esta vida “callejera”, y por eso no quiere   acomodarse como hacen muchos.


Gracias a Dios, una buena persona le ha dejado una vivienda decente para librarse de la calle, y pronto cobrará la ayuda familiar, con lo cual piensa poder salir delante. Lo he visto más animado, ha luchado para no caer del todo porque tiene confianza en sí mismo. La verdad es que su aspecto no se ha deteriorado, su cara muestra una huella profunda, pero es un rostro más sereno, más dueño de sí, más sabio; es la prueba de haber superado un desafío que le había planteado la vida.

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