Hoy ha vuelto A., un hombre que puede decirse que
representa a muchos españoles en estos momentos: sale abatido y empobrecido de
un proceso de separación, con una hija pequeña. Pierde un trabajo cualificado y se convierte de la
noche a la mañana en una persona sin hogar; todavía mendiga una ayuda entre
familiares y amigos, sin encontrar respuesta, los familiares no pueden, los
amigos se molestan y poco a poco van dejando de serlo.
Entonces recurre a Cáritas parroquial,
pero sólo le dan algo de comida; va a tener que dormir en la calle y recurrir a
los servicios para personas sin hogar, así entrará en otro mundo, opuesto al que disfrutaba no hace
mucho. Ni siquiera irá al albergue, porque no soporta el ambiente, prefiere
dormir en la calle, y si es posible pasar desapercibido. Quizá no duerma, a
pesar del cansancio, hurgando en la memoria para cuando llegue el día seguir llamando a otras puertas, en otro
tiempo abiertas para él, y a otras al azar, con la esperanza de acertar con la que le de una
oportunidad de recuperar la dignidad.
Nos falta un dato
desconcertanate: él es un hombre de Iglesia y de cofradía. A penas se le escapa
una leve crítica, pero le duele reconocer que lo dejaron caer: “yo creía que al
tener amigos dentro de la Iglesia iba a tener más ayuda, pero me mandan a
cáritas”.Él no quería tener que dar ese paso, y bien mal que lo pasó el primer
día que llamó a la puerta, me costó convencerlo de que no tenía que sentir
vergüenza, y que viniera cuando quisiera. Marchó algo animado, pero su confianza en la Iglesia se ha visto
amenazada.
Hoy vuelve, han pasado meses, y
lo encuentro más o menos como la primera vez, aunque ya un poco más dueño de sí
mismo. Se sentó y comenzó a aliviar un poco su cabeza: “lo peor de todo
fue tener que dormir en la calle. Cuando
desperté y miré alrededor, no sabía donde estaba, qué había pasado. ¡Era una
sensación tan extraña!”. Se resiste a acomodarse a vivir en la calle y a tener
que comer de la caridad. Ya es casi un experto en esta vida “callejera”, y por
eso no quiere acomodarse como hacen
muchos.
Gracias a Dios, una buena persona
le ha dejado una vivienda decente para librarse de la calle, y pronto cobrará
la ayuda familiar, con lo cual piensa poder salir delante. Lo he visto más
animado, ha luchado para no caer del todo porque tiene confianza en sí mismo.
La verdad es que su aspecto no se ha deteriorado, su cara muestra una huella
profunda, pero es un rostro más sereno, más dueño de sí, más sabio; es la
prueba de haber superado un desafío que le había planteado la vida.
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