jueves, 9 de enero de 2014

¡apoto!


 
Probablemente no se escriba así, pero “¡apoto, apoto!” es lo que nos decían los niños de Sierra Leona cuando nos veían andar por Makeni, con nuestra piel blanca y nuestros aires un poco de despistados. Viene a significar algo así como “extranjero blanco”, y nos lo decían a voz en grito según paseábamos por las calles, mientras nos mostraban sus brillantes dentaduras sobre el negro de la piel, con una sonrisa interminable, espontánea y alegre que producía un fuerte contraste con la pobreza en la que viven. Fue un sonido constante durante los veintiún días que estuvimos en el país.

Sin embargo, pasada la primera semana de nuestra estancia allí, y una vez que la cabeza y el espíritu ya se habían acostumbrado a la nueva rutina, pude observar que hay otra palabra que los niños y jóvenes sierraleoneses gritan con más alegría aún cuando ven a algunas personas de raza blanca. Esa palabra es “father”, y la utilizan para referirse o para dirigirse a los misioneros que trabajan en el país.

Es posible que mi cariño hacia los misioneros y su trabajo no me dejen ser imparcial, y que sin quererlo me esté dejando llevar por un cierto sentimentalismo derivado de haber podido compartir con ellos una parte de su tiempo durante este verano. Reconozco que esto puede ser así. Pero la realidad es que –y esto lo pudimos experimentar in situ- cuando tuvimos la oportunidad de acompañarles a celebrar misas en aldeas y villorrios diseminados alrededor de las carreteras llenas de baches, o a lo largo de caminos de barro rojo, pudimos ver cómo la gente les saludaba.
Los mayores levantaban los brazos y movían las manos mientras los ojos se les iluminaban; los niños salían corriendo gritando y riendo detrás del automóvil conducido por el father. En algunos colegios pudimos ver cómo los pequeños rodeaban a los misioneros para saludarles, sonreírles y tocarles. Por extensión, todas esas sonrisas y saludos también nos tocaban a nosotros, y a mi me daba un poco de vergüenza porque sentía que no nos merecíamos semejante recibimiento. Pero claro, esta es nuestra mentalidad, la que tenemos en Occidente. Allí en Makeni los saludos, sonrisas y demostraciones de afectos son gratuitos, aunque los dirigidos a los misioneros son especiales, tienen algo distinto, son más parecidos a cuando los niños saludan a los padres…

…Poco a poco empecé a atar cabos…

…Nos enteramos de que en Sierra Leona, país mayoritariamente musulmán, y bien conocido por su pobreza, los misioneros católicos son responsables y promotores de la mayor parte de los colegios, colegios en los cuales se dan clases a todos los niños posibles.

Nos enteramos de que muchos misioneros –sacerdotes, religiosas y religiosos- sufrieron grandes privaciones, secuestros e incluso el martirio durante la guerra civil que asoló el país en la década de los noventa. Algunos de ellos nos lo explicaron de primera mano. Otros ya no pueden contarlo, pero ahí están los libros y la memoria de todos los que les acompañaron.

Nos enteramos de que misioneros católicos se encargaron de la rehabilitación de cientos y cientos de niños soldados. Tuvieron ayuda de instituciones internacionales, pero ellos fueron los responsables últimos, los más volcados y dedicados a esta obra.

Nos enteramos de que durante la guerra hubo un momento en que los combates llegaron a Freetown, la capital, y que entonces los funcionarios internacionales y responsables de las ONG abandonaron el país. Como probablemente hubiéramos hecho cualquiera de nosotros. Pero muchos misioneros se quedaron con los niños soldados, con los colegios, con las misiones. Y con su miedo e intranquilidad metidos dentro del cuerpo, pero ofrecidos en la Cruz del amor.

Nos enteramos de que la corrupción es un gran problema en el Gobierno del país, así como en la gestión de la ayuda internacional y en la negociación con las empresas que vienen de fuera a explotar sus recursos naturales. Pero también pudimos ver cómo la ayuda que con motivo de nuestro viaje conseguimos en España para los misioneros llegaba directamente a ellos y a sus misiones, y constatamos que esto es lo habitual.

Aprendimos que el tiro de un rifle te puede quitar la vida, pero nunca la libertad ni el Alma, ni la dignidad, ni el ser hijo de Dios. Lo aprendimos porque así nos lo contó un misionero javeriano, que a su vez se lo explicó a un rebelde que le encañonaba y amenazaba con un arma.

La gente de Sierra Leona no suele hablar de sus sentimientos, porque no es parte de su cultura. Pero aprendimos que los niños soldados despertaban de noche con pesadillas, y que en la oscuridad hablaban y se desahogaban con los misioneros, a los que contaban historias que no aparecen ni en las películas más terroríficas. Supimos que los niños se sorprendían de que Dios perdonase, y de que hubiera hombres que se mostraban comprensivos con lo que les había pasado y con el mal que a través de ellos se había producido.

Supimos que ya nunca aparecerá el cuerpo de una de las cuatro Misioneras de la Caridad que murieron durante la guerra víctimas de la violencia, entre otras cosas porque quedó irreconocible.

Estuvimos con misioneras de San José de Cluny, alguna de las cuales llevaba en el país cuarenta años, y que, entre otras cosas, dirigen en Makeny un colegio de oficios para sordomudos. ¿Os imagináis cómo puede llegar a ser la vida de un sordomudo en un país tan pobre?.

Compartimos una merienda con un Agustino Recoleto que tiene en Facebook una campaña para cambiar móviles usados por vacas….¡¡y vimos las vacas!!.

Supimos que todos ellos -Javerianos, Misioneras de la Caridad, Josefinos, Hermanas de San José de Cluny, Agustinos y tantos otros- hablan a los niños y a los mayores del perdón de Dios, del Evangelio de Jesucristo, del amor entre los hombres y de los sacramentos, pero que ayudaron, ayudan y ayudarán a todo el mundo por igual, sin distinción de sexo, raza o religión.

…Y claro, ¿de qué me puedo sorprender cuando veo a los niños salir corriendo detrás de los misioneros en Sierra Leona?.



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