jueves, 9 de enero de 2014

“El Escritor”




Es un empresario arruinado por la crisis financiera, un empresario de múltiples empresas, construcciones de lujo, transportes, atracciones, etc. de productos más bien caros, y ahora se ve en la calle, sin amigos y separado de su  familia. No conozco a penas detalles de su vida, es complicada como se puede suponer, él conoce a mucha gente importante, dentro y fuera del país, cualquier cosa que dijera podría comprometer a más de uno. Sin embargo, convive en el albergue con total naturalidad y se lleva muy bien con todos, incluso aporta su granito de arena en la resolución de los conflictos cotidianos que se plantean en el hogar.

Para los compañeros del albergue él es A., El Escritor, aunque no es su verdadero nombre;  siempre va con su ordenador, aunque claro está  depende de la antena wifi  que el ayuntamiento facilita de manera gratuita,  por lo que se le puede ver en un banco de la plaza de la Iglesia o de la plaza del Rey. Poco a poco vamos conociendo su vida, a pesar de su discreción y cautela que no logra disimular plenamente, le puede su talante conversador y comunicativo. Hoy nos ha contado su etapa de colaborador radiofónico,  participó en programas de madrugada, esos programas creados para la confidencia, el desahogo y la denuncia, en noches de insomnio; sorprendentemente yo mismo fui oyente aquellos años de su programa, a las dos, a las tres, a cualquier hora de la noche. Para corroborarlo estuvimos escuchado algunos monólogos en los que denuncia lo mal que está esta sociedad y quienes son algunos de los culpables. Era la época de los desencantados con el cambio político,  no se refiere sólo a los políticos importantes y altos cargos del Estado, le duelen más las personas  normales que cambiaron los ideales por los intereses, de modo que la corrupción se fue  instalado en todo el sistema.

No cabe duda que el albergue es un observatorio social privilegiado, en todas las  épocas han pasado personas  de toda clase y condición:  espías, abogados, ingenieros, mercenarios, legionarios, camareros, albañiles, etc. lo cual prueba la fragilidad del ser humano, por encima de las apariencias, y que hay que poner mucho empeño en la vida, dedicarle mucho tiempo a cultivarla y no permitirse nunca  dejarse vivir, ni perder el control. No pretendo juzgar a nadie al decir esto, porque he conocido a muchas personas que  han pasado por el hogar y son excelentes personas, y sufren por verse en esta situación de dependencia y con muchas puertas cerradas. Lo peor es cuando uno se cierrra las puertas por falta de confianza en si mismo, hay que ser muy humildes para aceptarse tal cual y no guardar rencor a nada ni a nadie, para tener así las manos libres para emprender un camino nuevo. Muchos cambian de lugar, unos forzados por la limitada estancia permitida en los albergues, otros por probar fortuna en un lugar diferente, a veces con la esperanza puesta en algún amigo; siempre hay un momento y un motivo para volverlo a intentar.

Como le ocurre a nuestro A., el Escritor, él tiene un capital humano, una experiencia y unos conocimientos que pronto, estoy convencido de ello, le permitirán recuperar su vida pasada. No sé, pero sospecho que A. no va a cambiar de vida, volverá a vivir como vívía antes de ocurrirle la desgracia, añora su vida pasada. No es el mismo caso de aquellos otros que han caído en la desesperación total, han conocido la calle y han deambulado por los albergues de media España, algunos se convierten en otros hombres y emprenden una vida diferente; otros, en cambio, permanecen en la desorientación  hasta la jubilación y con un poco de suerte entrarán en una residencia.

Ahora A. ha conseguido hacer un viaje en el que tiene puestas muchas esperanzas, ojalá consiga lo que busca si es para su bien. De cualquier modo estoy convencido que lo veremos aparecer un día cualquiera recuperado de su mala experiencia, agradecido, por supuesto, y nos sorprenderá, estoy seguro, porque es todo un personaje, elegante, faltaría más, elegante por fuera y por dentro.




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