Es un empresario arruinado por la crisis financiera, un empresario de
múltiples empresas, construcciones de lujo, transportes, atracciones, etc. de
productos más bien caros, y ahora se ve en la calle, sin amigos y separado de
su familia. No conozco a penas detalles
de su vida, es complicada como se puede suponer, él conoce a mucha gente
importante, dentro y fuera del país, cualquier cosa que dijera podría comprometer
a más de uno. Sin embargo, convive en el albergue con total naturalidad y se
lleva muy bien con todos, incluso aporta su granito de arena en la resolución
de los conflictos cotidianos que se plantean en el hogar.
Para los compañeros del albergue él es A., El Escritor, aunque no es su
verdadero nombre; siempre va con su
ordenador, aunque claro está depende de
la antena wifi que el ayuntamiento
facilita de manera gratuita, por lo que
se le puede ver en un banco de la plaza de la Iglesia o de la plaza del Rey.
Poco a poco vamos conociendo su vida, a pesar de su discreción y cautela que no
logra disimular plenamente, le puede su talante conversador y comunicativo. Hoy
nos ha contado su etapa de colaborador radiofónico, participó en programas de madrugada, esos
programas creados para la confidencia, el desahogo y la denuncia, en noches de
insomnio; sorprendentemente yo mismo fui oyente aquellos años de su programa, a
las dos, a las tres, a cualquier hora de la noche. Para corroborarlo estuvimos
escuchado algunos monólogos en los que denuncia lo mal que está esta sociedad y
quienes son algunos de los culpables. Era la época de los desencantados con el
cambio político, no se refiere sólo a
los políticos importantes y altos cargos del Estado, le duelen más las
personas normales que cambiaron los
ideales por los intereses, de modo que la corrupción se fue instalado en todo el sistema.
No cabe duda que el albergue es un observatorio social privilegiado, en
todas las épocas han pasado
personas de toda clase y condición: espías, abogados, ingenieros, mercenarios,
legionarios, camareros, albañiles, etc. lo cual prueba la fragilidad del ser
humano, por encima de las apariencias, y que hay que poner mucho empeño en la
vida, dedicarle mucho tiempo a cultivarla y no permitirse nunca dejarse vivir, ni perder el control. No
pretendo juzgar a nadie al decir esto, porque he conocido a muchas personas
que han pasado por el hogar y son excelentes
personas, y sufren por verse en esta situación de dependencia y con muchas
puertas cerradas. Lo peor es cuando uno se cierrra las puertas por falta de
confianza en si mismo, hay que ser muy humildes para aceptarse tal cual y no
guardar rencor a nada ni a nadie, para tener así las manos libres para
emprender un camino nuevo. Muchos cambian de lugar, unos forzados por la
limitada estancia permitida en los albergues, otros por probar fortuna en un
lugar diferente, a veces con la esperanza puesta en algún amigo; siempre hay un
momento y un motivo para volverlo a intentar.
Como le ocurre a nuestro A., el Escritor, él tiene un capital humano,
una experiencia y unos conocimientos que pronto, estoy convencido de ello, le
permitirán recuperar su vida pasada. No sé, pero sospecho que A. no va a
cambiar de vida, volverá a vivir como vívía antes de ocurrirle la desgracia,
añora su vida pasada. No es el mismo caso de aquellos otros que han caído en la
desesperación total, han conocido la calle y han deambulado por los albergues
de media España, algunos se convierten en otros hombres y emprenden una vida
diferente; otros, en cambio, permanecen en la desorientación hasta la jubilación y con un poco de suerte
entrarán en una residencia.
Ahora A. ha conseguido hacer un viaje en el que tiene puestas muchas
esperanzas, ojalá consiga lo que busca si es para su bien. De cualquier modo
estoy convencido que lo veremos aparecer un día cualquiera recuperado de su
mala experiencia, agradecido, por supuesto, y nos sorprenderá, estoy seguro,
porque es todo un personaje, elegante, faltaría más, elegante por fuera y por
dentro.
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