Increíble,
es sencillamente increíble, A. no tiene identidad oficial, sólo es A. para los
que la conocemos, con sus dos apellidos ilustres, pero en la administración no
la reconocen, y tiene que ir al hospital, para que la reconozca en este caso el
médico.
A.
es encantadora, te cuenta unas historias con tal realismo que te engancha, y
hasta puedes llegar a creértelas, si te dejas llevar por el aplomo y la
seguridad con que describe las situaciones y las personas. Con su porte cuidado
y hasta elegante A. nos despista totalmente. Ha sido una verdadera pesquisa a
lo Sherlock Holmes lo que la trabajadora social ha llevado a cabo para dar con
la verdadera identidad de A., pero ahora A. no se reconoce en su verdadera identidad.
Tuvimos que echar imaginación y paciencia para convencerla de que aceptara su
nueva identidad, al fin y al cabo en su accidentada vida como espía ha tenido
que esconderse y utilizar distintos nombres, pues ahora, con tal de que la
atienda el doctor, qué más le da el nombre y los apellidos que le pongan.
Como
A. vive de ocupa, ahora le sale otro problema, tiene cita en el juzgado por
denuncia del dueño de la casa donde vive con otros compañeros desde hace años.
En el juzgado sí es citada con el nombre y apellidos que ella dice tener.
¡Válgame Dios! Y ahora que hemos por fin descubierto su verdadera identidad
quién la va a convencer de que está en un error. Ella ahora está dispuesta a
poner al inspector de policía en un aprieto y le va a demostrar que ella es
quien dice ser y no quien él le dice que es.
Pero,
claro, si es que a A. no le duró el carnet nuevo que le consiguió la
trabajadora ni un mes, un día se lo llevó a la oficina un barrendero que lo
encontró en cualquier sitio de S.F., y en este caso ha tenido suerte y lo ha
recuperado.
Aún
no ha terminado esta historia promete ser larga y complicada.
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