«Emigrantes
y refugiados: hacia un mundo mejor»
Queridos
hermanos y hermanas:
Nuestras
sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la
historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que
tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, en el aspecto económico, en el político y
cultural.
El
creciente fenómeno de la movilidad humana emerge como un “signo de los tiempos”;
así lo ha definido el Papa Benedicto XVI (cf. Mensaje
para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2006). Las
migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los
estados y de la comunidad internacional, revelan también las aspiraciones de la
humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la
hospitalidad que hacen posible la equitativa distribución de los bienes de la
tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser
humano.
¿Qué
supone la creación de un “mundo mejor”? Buscar un desarrollo auténtico e
integral, trabajar para que sea
respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. El
venerable Pablo VI describía con estas palabras las aspiraciones de los hombres
de hoy: «Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia
subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las
responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que
ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer,
conocer y tener más para ser más» (Cart. enc. Populorum
progressio, 26 marzo 1967, 6).
El
mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, en
todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie,
comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los
forasteros (cf. Mt 25,31-46).
La
Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a
comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar
sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen,
tránsito y destino de los movimientos migratorios.
Al
mismo tiempo no podemos dejar de denunciar el escándalo de la pobreza: la violencia,
explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las
libertades fundamentales, tanto de los individuos como de los colectivos.
La
realidad de las migraciones, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo. El
Papa Benedicto XVI trazó las coordenadas afirmando que: «Esta política hay que
desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia
y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas
internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos,
con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de
las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino» (Cart. enc.Caritas
in veritate, 19 junio 2009, 62).
Por
último, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo
mejor, la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de
las migraciones. Los medios de comunicación social, en este campo, tienen un
papel de gran responsabilidad: a ellos compete, en efecto, desenmascarar
estereotipos y ofrecer informaciones correctas.
Pienso
también en cómo la Sagrada Familia de Nazaret ha tenido que vivir la
experiencia del rechazo al inicio de su camino: María «dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había
sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Jesús, María y José han
experimentado lo que significa ser emigrantes: amenazados por el poder de
Herodes. Pero han conservado siempre la confianza en que Dios nunca les
abandonará. Que por su intercesión, esta misma certeza esté siempre firme en el
corazón del emigrante y el refugiado.
La
Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo «Id y haced discípulos a todos los
pueblos», está llamada a ser el Pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos,
y lleva a todos los pueblos el anuncio del Evangelio. El fundamento de la
dignidad de la persona está en el ser
creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27). Se trata de que
nosotros veamos en ello una ocasión que
la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más
justa.
Queridos
emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros
está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar
una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de
la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a
vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la Bendición
Apostólica.
Vaticano,
5 de agosto de 2013.
FRANCISCO
No hay comentarios:
Publicar un comentario