jueves, 9 de enero de 2014

”El árbol de la felicidad”


Llegó justo a tiempo para apuntarse a leer el manifiesto de las PSH´s y no sólo un párrafo como los más reacios, sino dos o tres, y eso que hasta el momento no había hablado a penas, él más bien observa y así actúa en consecuencia. Tiene unos ojos grandes y vivos que transmiten por si solos un interior bastante despiertó, pero cuando habla parece que se contiene un poco y se expresa con bastante cordura o prudencia, eso el tiempo lo dirá. De momento es un tipo que encaja perfectamente en el grupo de los más activos y comunicativos, y como he dicho se muestra dispuesto a colaborar con la lectura del manifiesto porque, como dice la trabajadora social, es de razón que sean personas sin hogar las que manifiesten sus reivindicaciones, y él lo ve así también.
Un gesto que nos muestra una persona decidida, que piensa rápido y actúa de la misma manera. Su vida es bastante movida desde pequeño , como nos contó dos días después, sus padres lo dejaron con la abuela a los ocho años, porque tenían problemas con la droga. Él se crió con su abuela hasta los dieciocho años, cuando decide salir a buscarse la vida. Tuvo novias y una especial, que lo quería y él a ella, pero el no tener trabajo lo obligó a buscarlo algo más lejos, a las Canarias, donde estuvo bastantes años, hasta que la crisis se ha instalado allí también; entonces pensó que lo mismo le daba estar allí que aquí, y se vino. Volvemos a ver cómo Seve es un hombre decidido.
A veces se levanta como un resorte de la silla y sale a la calle a fumarse un cigarrillo, incluso me atrevería a decir que tiene cierta habilidad para escabullirse, desaparecer. ¡Qué duro se hace vivir a veces! ¡Qué duro se hace ver cómo viven algunas personas sin recursos, o peor, a expensas de los otros! Unas veces su vida es un eterno acto de agradecimiento, otras adoptan un disfraz de buenas formas para acallar la rebelión interna o la desesperación; en casos extremos, cuando la mente se descontrola, cabe desde la incapacidad más absoluta, la huida, y hasta el resentimiento sistemático, en cualquiera de los casos se cierra las puertas a cualquier solución.
La verdad es que no logro asimilar que unos padres lleguen a abandonar a sus hijos por no renunciar a la droga, no entiendo cómo después de tantos años con el problema, de tantos programas, tantos expertos dedicados a combatir sus estragos, aún haya personas que caigan en sus garras; me da escalofríos pensar en la descripción que aprendí de la trabajadora social con la que comparto diariamente mi actividad: “produce un agujero en el cerebro. Anula la voluntad”.
Me atrevo a comparar sus efectos a los de una guerra, una guerra atroz: porque convierte en lisiados físicos y mentales, a veces de por vida, a numerosas personas anónimas, sin ningún motivo, aprovechándose de la curiosidad, la ignorancia o la debilidad humana; porque causa la ruina moral y económica de numerosas familias; porque exige una intervención del estado en varios frentes (sanitario, policial, educativo).
O quizá pudiera compararse con el nuevo mito de “el árbol de la felicidad” de una sociedad endiosada, que se nos ofrece astutamente, como nos llegan las tentaciones siempre, y provoca nuestra curiosidad. Por eso quizá seamos todos un poco culpables no denunciando el problema, a lo sumo dejamos en manos de instituciones especializadas la rehabilitación de las víctimas; y de las familias nada sabemos, unas por vergüenza, otras porque las ignoramos. Y la droga sigue ahí, haciendo estragos, renovándose en sus sofisticados métodos de producción, haciendo la guerra a los estados de todo el mundo, incluso se discute si hay que legarlizarla o no, si mejor esta o la otra, si todas o ninguna.
No creo que haya mayor esclavitud, primero voluntaria, luego inevitable, y lo peor es que aún siga habiendo personas capaces de dar el primer paso, ¿no habrá un cierto consentimiento o disculpa en toda la sociedad, deseosos como estamos de novedades, de experiencias, convencidos de que tenemos derecho a probarlo todo? No será porque no sepamos las consecuencias, todos y cada uno, consecuencias primero para el consumidor y a continuación para los más cercanos, y al final para toda la sociedad, que asume impotente una calamidad más y saca recursos de todas partes para recuperar a quien lo quiera de verdad.
No sé si digo algo conveniente o cierto porque se me acaba de ocurrir, pero me parece un hecho muy claro que los que tientan al consumo no se preocupan luego de asistir al que quiere librarse, eso lo harán otros, ¿cabe engaño mayor? ¡Qué precio tan alto tiene esta falsa felicidad!


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