Llegó justo a tiempo para
apuntarse a leer el manifiesto de las PSH´s y no sólo un párrafo como los más
reacios, sino dos o tres, y eso que hasta el momento no había hablado a penas,
él más bien observa y así actúa en consecuencia. Tiene unos ojos grandes y
vivos que transmiten por si solos un interior bastante despiertó, pero cuando
habla parece que se contiene un poco y se expresa con bastante cordura o
prudencia, eso el tiempo lo dirá. De momento es un tipo que encaja perfectamente
en el grupo de los más activos y comunicativos, y como he dicho se muestra
dispuesto a colaborar con la lectura del manifiesto porque, como dice la
trabajadora social, es de razón que sean personas sin hogar las que manifiesten
sus reivindicaciones, y él lo ve así también.
Un gesto que nos muestra una
persona decidida, que piensa rápido y actúa de la misma manera. Su vida es
bastante movida desde pequeño , como nos contó dos días después, sus padres lo
dejaron con la abuela a los ocho años, porque tenían problemas con la droga. Él
se crió con su abuela hasta los dieciocho años, cuando decide salir a buscarse
la vida. Tuvo novias y una especial, que lo quería y él a ella, pero el no
tener trabajo lo obligó a buscarlo algo más lejos, a las Canarias, donde estuvo
bastantes años, hasta que la crisis se ha instalado allí también; entonces
pensó que lo mismo le daba estar allí que aquí, y se vino. Volvemos a ver cómo
Seve es un hombre decidido.
A veces se levanta como un
resorte de la silla y sale a la calle a fumarse un cigarrillo, incluso me
atrevería a decir que tiene cierta habilidad para escabullirse, desaparecer.
¡Qué duro se hace vivir a veces! ¡Qué duro se hace ver cómo viven algunas
personas sin recursos, o peor, a expensas de los otros! Unas veces su vida es
un eterno acto de agradecimiento, otras adoptan un disfraz de buenas formas
para acallar la rebelión interna o la desesperación; en casos extremos, cuando
la mente se descontrola, cabe desde la incapacidad más absoluta, la huida, y
hasta el resentimiento sistemático, en cualquiera de los casos se cierra las
puertas a cualquier solución.
La verdad es que no logro
asimilar que unos padres lleguen a abandonar a sus hijos por no renunciar a la
droga, no entiendo cómo después de tantos años con el problema, de tantos
programas, tantos expertos dedicados a combatir sus estragos, aún haya personas
que caigan en sus garras; me da escalofríos pensar en la descripción que
aprendí de la trabajadora social con la que comparto diariamente mi actividad:
“produce un agujero en el cerebro. Anula la voluntad”.
Me atrevo a comparar sus
efectos a los de una guerra, una guerra atroz: porque convierte en lisiados
físicos y mentales, a veces de por vida, a numerosas personas anónimas, sin
ningún motivo, aprovechándose de la curiosidad, la ignorancia o la debilidad
humana; porque causa la ruina moral y económica de numerosas familias; porque
exige una intervención del estado en varios frentes (sanitario, policial,
educativo).
O quizá pudiera compararse
con el nuevo mito de “el árbol de la felicidad” de una sociedad endiosada, que
se nos ofrece astutamente, como nos llegan las tentaciones siempre, y provoca
nuestra curiosidad. Por eso quizá seamos todos un poco culpables no denunciando
el problema, a lo sumo dejamos en manos de instituciones especializadas la
rehabilitación de las víctimas; y de las familias nada sabemos, unas por
vergüenza, otras porque las ignoramos. Y la droga sigue ahí, haciendo estragos,
renovándose en sus sofisticados métodos de producción, haciendo la guerra a los
estados de todo el mundo, incluso se discute si hay que legarlizarla o no, si
mejor esta o la otra, si todas o ninguna.
No creo que haya mayor
esclavitud, primero voluntaria, luego inevitable, y lo peor es que aún siga
habiendo personas capaces de dar el primer paso, ¿no habrá un cierto
consentimiento o disculpa en toda la sociedad, deseosos como estamos de
novedades, de experiencias, convencidos de que tenemos derecho a probarlo todo?
No será porque no sepamos las consecuencias, todos y cada uno, consecuencias
primero para el consumidor y a continuación para los más cercanos, y al final
para toda la sociedad, que asume impotente una calamidad más y saca recursos de
todas partes para recuperar a quien lo quiera de verdad.
No sé si digo algo conveniente
o cierto porque se me acaba de ocurrir, pero me parece un hecho muy claro que
los que tientan al consumo no se preocupan luego de asistir al que quiere
librarse, eso lo harán otros, ¿cabe engaño mayor? ¡Qué precio tan alto tiene
esta falsa felicidad!
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