De pronto
todo quedó en suspenso, pendientes de la persona que entraba por la puerta, era
la belleza que nos visitaba, no podíamos
creer ninguno que una chica tan guapa y tan joven entrara en una oficina donde
sólo vienen personas sin hogar, y generalmente hombres. Bueno, asimilada la
primera impresión, el instinto protector de todos los presentes se pone en
marcha para procurar una solución al problema de C., y se le regala con la
mejor y más delicada de las acogidas.
C. es casi
una niña, acaba de salir del Centro de Menores de otra comunidad autónoma por
haber llegado al límite de edad, los dieciocho años, y como no tenía otra
manera de valerse en la vida confía en un buen chico, militar, que la lleva con
él a otra comunidad autónoma
prometiéndole ayuda y alojamiento. Dos meses ha tardado en verse sola y
en la calle, porque el joven del que se fió le dice que “han cambiado las
cosas, que ahora él ya no puede ayudarle, porque tiene otro problema al que
tiene que entregarse y no tiene tiempo para ella”. Viene entonces a esta
oficina porque alguien le dijo que la trabajadora social le ayudaría, como así
será sin duda. Bueno, más que eso, al final de la mañana, fuera de hora tuvimos
una reunión con ella la trabajadora y
los voluntarios con el fin de buscar la mejor solución para ella,
teniendo en cuenta su edad y la falta total de recursos. Fue imposible
encontrar por teléfono un centro de cogida para chicas en toda la provincia, ni
de monjas, ni privado ni público, pero todos nos comprometimos a buscarle
alguna casa o lo que hubiera más a mano
e inmediato.
Todavía le
quedan unos días en el piso donde estaba, pero el tiempo pasa sin remedio.
Seguimos hablando, buscándole trabajo y alojamiento, ella lo hace por su cuenta.
Un día decide volver a su comunidad autónoma porque allí su hermana le ofrece
unos días de estancia en una casa de un familiar de su pareja, y espera también
ayuda del trabajador social que la
atendió cuando estuvo en el Centro de Menores. Menos mal, respiramos aliviados.
Pero será por poco tiempo, volverá a verse en la calle porque no
pueden tenerla más tiempo
alojada. Pero aquí nosotros le perdemos el rastro, ella no recurre a ninguno de nosotros, aunque
le habíamos dado nuestros números de
teléfonos.
C. tiene una
historia tremenda; como muchas, pudiera decir alguien, pero es que es su
historia y su vida la que no encuentra sitio en eta sociedad, peor, está a
merced de irresponsables: su madre la primera, a la que le molesta la hija y la abandona con
pocos años en un centro de menores (lo mismo
hizo con la otra hija); luego el centro de menores, que cuando cumple la
mayoría de edad, los dieciocho años, la pone en la calle, sin dinero y sin
trabajo, con lo difícil que es hoy ganarse la vida y lo fácil que es caer en
manos de cualquier desaprensivo; y por último, el joven, que le promete ayuda y
la deja a los dos meses, sola y en un lugar desconocido.
No sabemos
nada de C. desde que dejó su segundo alojamiento, Dios sabe qué camino habrá
tomado o qué le habrán ofrecido; aquí no ha vuelto, tampoco ha llamado, ojalá
sea señal de que está a gusto y viviendo por fin una vida digna, bien
acompañada, y para toda su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario