Este año hemos conseguido que varios curas de diferentes
parroquias nos hicieran una visita a lo largo de la mañana, el día que mejor
les viniera, y la experiencia ha sido muy positiva, por lo que se les hecha de
menos cuando tardan en volver o cuando por motivos de obediencia son
trasladados a otra parroquia fuera de San Fernando.
Empezó el P. Ignacio, de la Iglesia Mayor, por amistad con
algunos de los voluntarios, y esto fue ya
el verano del año pasado; los
usuarios agradecían su presencia, lo ven como un gesto de cercanía y se sienten
así compensados del desinterés cuando no el desprecio de otras personas o instituciones. Se puede
hablar de cualquier tema, no hace falta que sea religioso por ser cura, y
siempre se sacará algún provecho, no es nada malo que la presencia de un cura
frene ciertas expresiones o impulsos de hablar ligeramente, sólo por esto
merecerían la pena estas visitas. Aunque, generalmente, las conversaciones
desembocan en el problema verdadero, la necesidad más inmediata que sufra la
persona, pero vista de otra manera, y a lo mejor hasta se acierta a ver una
solución, sea económica, o sea una información provechosa, o simplemente un
gesto de comprensión y solidaridad.
Después vino el P. Roberth, vicario de la iglesia del
Cristo, un hombre bueno, afable, tremendamente cercano a los problemas de las
personas desfavorecidas, hasta el punto de que se comprometió muy a fondo en el
apoyo a una persona hasta que tuvo que dejarnos por ser trasladado a otra
población. En el poco tiempo que estuvo ayudó cuanto pudo y más, y tampoco
tardó en responder a la invitación que le hice a pasar por nuestra oficina.
Luego vino el P. Alfonso, que al ser nombrado cura delegado
en Cáritas arciprestal empezó a conocernos, y en poco tiempo también se implicó
en el apoyo directo a más de una persona. Además aceptó la colaboración de
voluntarios de entre los sin techo para la campaña de los Reyes Magos, y sus
conversaciones sobre cocina con Juan, el camarero, dieron pie a que comiéramos estupendamente el
día que celebramos el encuentro de personas sin hogar en la parroquia del
Cristo, el P. Alfonso se comprometió a buscar una plancha y Juan nos hizo unos
estupendos filetes, lo que le dio al encuentro un toque muy especial este año.
Otra extraordinaria aportación del P. Alfonso fue la
celebración de la cena de Navidad, la primera, con un grupo de personas sin
hogar, en un buen restaurante de la localidad.
Su presencia ayudó a dar mayor difusión al programa de
personas sin hogar y a lograr una mayor implicación de las instituciones,
especialmente de los servicios sociales municipales, que se comprometieron a
transmitir a la policía local la necesidad de una atención especial a los sin
techo. Espero no haberme olvidado algo, pero creo que es suficiente.
Y por último, el P. Luis, de los Sagrados Corazones, un
misionero que ahora apoya a sus hermanos en la parroquia del Buen Pastor. La
presencia del P. Luis es una bendición,
en el sentido de que su carácter apacible transmite paz y sosiego, y en
el caso de que hubiera cualquier tipo de tensión en el ambiente pues se
contiene y hasta desaparece en pocos minutos.
No habla demasiado, en cambio sonríe constantemente, justo
lo que hace tanta falta entre personas que soportan preocupaciones y tensiones, generalmente de difícil
solución; pues ese ratito que hablan con el Padre Luis probablemente les
alivia, y quién sabe si no cambia el tono o la intensidad de dichas
preocupaciones en adelante.
Tiene otra cualidad muy destacada: la servicialidad. Muy
pronto visitó el albergue, fue a ver a las personas sin hogar a su casa, donde
viven temporalmente, y allí ayuda a servir la comida. Ni qué decir tiene cuánto
agradecen ver una cara nueva y además sonriente en el momento de la comida.
Para los voluntarios es también muy agradable la presencia
cotidiana del P. Luis, y si faltara por cualquier pretexto, todo el mundo pregunta por el P. Luis.
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