jueves, 9 de enero de 2014

Unas visitas esperadas y muy valoradas



Este año hemos conseguido que varios curas de diferentes parroquias nos hicieran una visita a lo largo de la mañana, el día que mejor les viniera, y la experiencia ha sido muy positiva, por lo que se les hecha de menos cuando tardan en volver o cuando por motivos de obediencia son trasladados a otra parroquia fuera de San Fernando.

Empezó el P. Ignacio, de la Iglesia Mayor, por amistad con algunos de los voluntarios, y esto fue ya  el verano del año pasado;  los usuarios agradecían su presencia, lo ven como un gesto de cercanía y se sienten así compensados del desinterés cuando no el desprecio  de otras personas o instituciones. Se puede hablar de cualquier tema, no hace falta que sea religioso por ser cura, y siempre se sacará algún provecho, no es nada malo que la presencia de un cura frene ciertas expresiones o impulsos de hablar ligeramente, sólo por esto merecerían la pena estas visitas. Aunque, generalmente, las conversaciones desembocan en el problema verdadero, la necesidad más inmediata que sufra la persona, pero vista de otra manera, y a lo mejor hasta se acierta a ver una solución, sea económica, o sea una información provechosa, o simplemente un gesto de comprensión y solidaridad.

Después vino el P. Roberth, vicario de la iglesia del Cristo, un hombre bueno, afable, tremendamente cercano a los problemas de las personas desfavorecidas, hasta el punto de que se comprometió muy a fondo en el apoyo a una persona hasta que tuvo que dejarnos por ser trasladado a otra población. En el poco tiempo que estuvo ayudó cuanto pudo y más, y tampoco tardó en responder a la invitación que le hice a pasar por nuestra oficina.

Luego vino el P. Alfonso, que al ser nombrado cura delegado en Cáritas arciprestal empezó a conocernos, y en poco tiempo también se implicó en el apoyo directo a más de una persona. Además aceptó la colaboración de voluntarios de entre los sin techo para la campaña de los Reyes Magos, y sus conversaciones sobre cocina con Juan, el camarero,  dieron pie a que comiéramos estupendamente el día que celebramos el encuentro de personas sin hogar en la parroquia del Cristo, el P. Alfonso se comprometió a buscar una plancha y Juan nos hizo unos estupendos filetes, lo que le dio al encuentro un toque muy especial este año.

Otra extraordinaria aportación del P. Alfonso fue la celebración de la cena de Navidad, la primera, con un grupo de personas sin hogar, en un buen restaurante de la localidad.

Su presencia ayudó a dar mayor difusión al programa de personas sin hogar y a lograr una mayor implicación de las instituciones, especialmente de los servicios sociales municipales, que se comprometieron a transmitir a la policía local la necesidad de una atención especial a los sin techo. Espero no haberme olvidado algo, pero creo que es suficiente.

Y por último, el P. Luis, de los Sagrados Corazones, un misionero que ahora apoya a sus hermanos en la parroquia del Buen Pastor. La presencia del P. Luis es una bendición,  en el sentido de que su carácter apacible transmite paz y sosiego, y en el caso de que hubiera cualquier tipo de tensión en el ambiente pues se contiene y hasta desaparece en pocos minutos.
No habla demasiado, en cambio sonríe constantemente, justo lo que hace tanta falta entre personas que soportan preocupaciones  y tensiones, generalmente de difícil solución; pues ese ratito que hablan con el Padre Luis probablemente les alivia, y quién sabe si no cambia el tono o la intensidad de dichas preocupaciones en adelante.
Tiene otra cualidad muy destacada: la servicialidad. Muy pronto visitó el albergue, fue a ver a las personas sin hogar a su casa, donde viven temporalmente, y allí ayuda a servir la comida. Ni qué decir tiene cuánto agradecen ver una cara nueva y además sonriente en el momento de la comida.
Para los voluntarios es también muy agradable la presencia cotidiana del P. Luis, y si faltara por cualquier pretexto, todo el mundo  pregunta por el P. Luis.




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