Por José Luís
Nunes Martins
publicada on 11 Jan 2014 - 05:00
publicada on 11 Jan 2014 - 05:00
Nunca quiso ser una
carga para quien le podía dar la mano, destrozar la vida a quien podía, quizá
apartado de los ojos del mundo, lucharía mejor contra la angustia.
Erase una vez un hombre
que a cierta altura de su vida se sintió solo. Sin comprenderlo, se sintió en
un lugar remoto, donde no hay camino, donde no hay nadie… ni va a llegar…
Al principio tomó esta
angustia como algo pasajero, que desaparecería de la misma forma que había
aparecido, pero, después, sintió que la desesperación se estaba instalando tenaz y definitivamente, que se alimentaba de
las raíces de aquello que había de bueno en él… y que, si no se hiciera algo,
en breve no quedaría nada de lo que era.
…asta que llegó a un
punto en el cual cada noche se enfrentaba al abandono absoluto. Tendido en la
cama, sentía el cuerpo carente de calor… pero nada… temía y temblaba… y de este
modo, con el espíritu casi agotado, se entregaba al sueño.
Cada recuerdo era un
despertar a la pesadilla… un nacer crudo y cruel en un mundo hecho de brumas y
cenizas… como si una especie de injusticia bruta lo obligase a subirse sobre
unos carriles que le predestinaban
tiempos, lugares y gestos… y se repetían hasta la náusea. El cuerpo
pronto nos traiciona. Es el primero que cede a los ataques del enemigo.
En cuanto el sol se
ponía y confirmaba que había pasado un día sin que tuviese ninguna esperanza de
llegar a puerto… se entristecía más. Cada noche le esperaba más hambre y más
frío…
Lo peor de todo era no
conseguir entender la razón de tanto absurdo. La desproporción de tanto dolor.
Llegó a pensar la
propia fe como un maldición, algo que le sujetaba el espíritu a un estado de
coma… y lo mantenía en el sufrimiento. Una esperanza que sólo sirve para hacer
sufrir a quien se engaña…
Se sentía solo.
Necesitaba a alguien… pero nunca quiso ser una carga para quien le podía dar la
mano, destrozar la vida a quien podía; quizá apartado de los ojos del mundo,
estaría en mejor situación para luchar contra la angustia.
Se sentía mitad de
cualquier cosa… del amor sólo tenía la añoranza… lo cual ponía al descubierto su tremenda
carencia… en que se volvía a encontrar… un agujero negro…
Una noche muy fría
comprendió que, más que vivir con los otros, el infierno es un desierto
infinito donde no hay nada, donde todos los miedos se resumen en un: quedarse para siempre solo.
En cambio, quien tiene
por que llorar, vive con sentido. A pesar de todo el sufrimiento. Había que
entablar una lucha por la voluntad de pensar en el bien, una guerra íntima,
allí donde cada hombre a penas se tiene a sí mismo… la grandeza de cada uno se
puede apreciar también por la profundidad y paciencia con que lucha contra el
mal.
Los dolores más
profundos resultan, no de los golpes hechos de repente, sino de los que, en una
interminable persistencia, se clavan de forma lenta y decidida en la carne, una
tortura silenciosa, un trabajo persistente. Del mal al bien y del bien al mal…
Se llamaba Joao.
Cuando le llegó la
muerte, se presento a ella con el mismo miedo con que todas las noches se
enfrentaba a la nada… tal vez con más frío que nunca…
Una cálida mañana,
tranquila y familiar, recordó…sonrió, sin comprender…
Nunca más iba a quedarse
solo.
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