Por más que cada
día conozca personas diferentes, con diferentes problemas o desgracias a
cuestas, le vengan sin
quererlas o por haberlas provocado, jamás puede uno llegar a acostumbrarse.
Cada persona es diferente, su problema es diferente, aunque parezca igual a
otros, por eso es peligroso caer en comparaciones odiosas; cada persona es un
mundo, cada persona responde a su manera a situaciones muy parecidas. Por eso
cada uno es dueño de su propia vida y la vivencia es propia y exclusiva, aunque
esto no le impide comunicarla, o compartirla.
Pero algunas
personas son incapaces de comunicarse, si se comunican es porque están ahí, se
les ve, se mueven de un
lado a otro, sin un rumbo determinado, sin voluntad propia, porque se la ha
apropiado una enfermedad psíquica, o un vicio que la engaña y le ayuda a
olvidar aquello precisamente a lo que debe hacer frente con los cinco sentidos.
Otras muchas personas no se dan cuenta, no ven a la persona que tienen que
esquivar, porque va sin rumbo fijo y hasta se tambalea, o sencillamente está
sentada, como un estorbo, en
medio del camino, esperando que alguien repare en ella y le eche una mano.
Esta introducción
se debe a la conversión que tuve esta mañana, a última hora, fuera ya del
horario de oficina. Precisamente yo estaba deseando irme a casa porque estaba
algo cansado. Vencida mi prisa me puse a charlar con la pareja que acaba de
entrar. Ella no hablaba y por su aspecto se diría que estaba un tanto asustada
y con ganas de largarse de allí y que nadie la viera. Él sí hablaba y me contó
lo siguiente:
Él la ha recogido
de la calle hace poco, es de esas personas que ha reparado en ella. Es mi
amiga, me dice, sólo amiga, recalca mirándome fijamente. Las desgracias de esta
criatura, que ya rebasa la treintena aunque no lo parezca, vienen de atrás. La
primera desgracia es que tiene una enfermedad seria de la que no se está
tratando. Su madre la echó de casa a la vez que a su propio padre, para
juntarse con otro hombre. El padre muere y esta mujer, que tiene tres hijos,
los deja con los abuelos; pero cuando a penas la
nieta mayor comienza a parecer una mujercita, el
abuelo abusa de ella. Hoy esta mujer, huérfana de padre, está abandonada por su
madre, por sus abuelos y por el padre de sus hijos.
¿Cómo te has
arreglado hasta hora? Le pregunto directamente a ella; pues viviendo una temporada con unos amigos y otra
temporada con otros, me responde. Le sigo preguntando y a todo contesta que no
sabe, incluso se extraña de que le pregunte si ha acudido alguna vez a la
trabajadora social; no sabe quien es una trabajadora social. Menos aún sabe que
existe una oficina de atención a la mujer, no
sabe que existen unos servicios sociales municipales a los que tiene derecho.
Tampoco ha solicitado el grado de discapacidad que le corresponde por su
enfermedad. ¿Es posible tanta ignorancia en estos tiempos?
Volvemos siempre
a lo mismo: sin familia no hay sociedad que resista, y si resiste es porque
todavía quedan familias dignas de tal nombre. Pero hay demasiados casos de
familias desestructuradas, y como el mal siempre ejerce una tentadora fuerza de
arrastre, hay que ser muy fuerte, hay que tener las ideas claras o una fe
muy sólida a la que agarrarse para no dejarse arrastrar por la corriente de hedonismo,
relativismo y arrogancia que nos envuelve y acosa, a cada instante y desde
todas partes.
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