Me gusta charlar un
rato con Kamo, refugiado político armenio en nuestro país desde los años
noventa. Toda la familia está repartida, donde había sitio para ellos, un hijo
está en Rusia, otro en un país europeo, al que al menos puede visitar de vez en
cuando.
He pasado por todas las
circunstancias adversas, familiares, económicas, calamidades naturales,
terremotos, y la emigración… Y de pronto su cara se ilumina, sonríe, sin
esfuerzo, y comienza a reflexionar en voz alta y clara: “tú estás en un grupo de
gente normal y todos ríen, charlan de sus cosas, hacen bromas… mientras tú estás
sufriendo, no tienes ganas de reír… Nosotros estamos pensando en nuestro
sufrimiento, vivimos sufriendo, y sólo
pensamos llegar más allá…”
Tiene un sentido tan
profundo de la vida, impregnada toda ella de Dios, que sólo así se entiende que
pueda soportar vivir lejos de su patria, de su familia, de su actividad de
comerciante. Hoy me ha vuelto a recordar la colonia de armenios que se asentó
en Cádiz en el 1600, y que al ser obligados a convertirse muchos tuvieron que
emigrar. Otra época, gracias a Dios hemos cambiado, ahora acogemos también a
armenios, aunque nos falte trabajo y las perspectivas de conseguirlo no sean
muy esperanzadoras.
Habíamos empezado la
conversación en la calle, y comentábamos la situación actual. Hace veinte años,
cuando yo llegué la gente vivía alegre, feliz, todo el mundo disfrutaba de la
vida, y compartía lo que tenía; ahora la
gente no ríe, cada uno vive para sí, no comparte, desconfía…
Es triste terminar así,
pero también Kamo nos ha dicho una gran verdad, la vida es sufrimiento, no hay
que olvidarlo ni en los mejores momentos, quizá eso nos evitaría tener que
pasar por otros aún peores. También dice que vamos adelante, y que debemos ganarnos
un más allá, que sin duda será mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario