También tenemos que aprender esto: ver a
otros llevar su cruz y no poder retirársela. (Santa Teresa Benedicta de la
Cruz (Edith Stein)
Supongo
que cuando Santa Teresa Benedicta de la Cruz escribió estas palabras no estaba
pensando en algo tan simple y evitable como lo que sucedió en un albergue de mi
ciudad ayer mismo.
A mí, en
cambio, me vinieron a la memoria en
cuanto me propuse denunciar esta injusticia, que duele más porque no la comete
alguien de quien se espera una actitud inmisericorde, sino por alguien que
tiene consagrada su vida al servicio a los más necesitados.
La falta
que este infeliz cometió y que le supuso ser despertado y expulsado del
albergue fue, que había fumado.
Claro que
pudo haber fumado, aunque él lo niega, pero si lo hizo es porque quien se ve
forzado a acudir a un centro para transeúntes tiene sobre si una cruz, más o
menos grande, más o menos pesada, según el grado de aceptación, comprensión o
control, que él mismo tenga de su propia vida.
Fumar en locales
cerrados está prohibido por ley, por un afán despótico de proteger nuestra
salud, sin tener en cuenta la ‘necesidad’
de fumar en determinados momentos, y más en un albergue para transeúntes, o
personas sin hogar.
Pero yo sospecho que lo
que nos pasa, como sociedad, es que cada vez nos cuesta más el cuidado que debiéramos
tener unos de otros, y para buscar una justificación de esta abdicación de la humanidad,
nos imponemos un laberinto de leyes y normas, tan inapelables todas, tan por
encima de las personas, que el verdadero sentido de la Justicia se nos escapa,
se aleja cada vez más. Hasta que alguna tragedia real, o calamidad, nos lo imponga.
En un albergue debe
existir un ‘fumadero’ (aliviadero de ansiedades), abierto las 24 horas del día,
para que nadie que cuida del albergue y sus usuarios, tenga que mandar ‘a la calle’
a una persona que espera unas pruebas médicas y esta nervioso, y tiene pánico a
tener que pasar otra noche a la intemperie, levantarse dolorido y sucio para ir
a la consulta del médico…
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