sábado, 18 de julio de 2015

la vecindad

               
Daniel Medina Sierra
Me estaba acordando de mi antigua vecindad, cuando nos ayudáramos los unos a los otros. Si un vecino moría no poníamos la televisión ni jugamabos, teníamos un sentido del tacto hacia los demás muy superior al que existe en estos tiempos.
               No es que no tuviésemos defectos por que los había, pero esos vecinos en cierto modo también formaban parte de la familia. Si alguno/a necesitaba huevos y patatas para poder dar de comer a sus hijos acudían a un vecino y de lo poco que poseyera lo ofrecía, a mi casa iban a menudo y si teníamos lo dábamos incluso si alguien se quedaba con hambre.

  
              Eran otros tiempos, hoy no existe el más mínimo respeto ni empatia por el que vive a su lado.
Como suelo escribir por algún motivo os confesaré que lo sufro con mis propios vecinos desde que me divorcie. Barbacoas a altas horas de la noche, fiestas interminables, niños gritando a las cuatro de la mañana y un largo ectera. Todos los fines de semana tengo que soportar música a toda pastilla, gente gritando, riendo, y tirando a la azotea independiente objetos.
              Les he llamado la atención más de una vez, he tenido incluso que salir de casa por no tener conflictos a las tantas de la noche para poder despejarme.


              Son los típicos vecinos que a la mínima llaman a tu casa para quejarse, justificado o no, pero que son incapaces de aplicarselos a ellos mismos. Hay veces que llegaría incluso a la agresión física, a llamar a la policía. Consiguen que sienta verdadera aversión por ellos. Entiendo que la gente quiera divertirse, que desee hacer una fiesta en casa pero... ¿ Es necesario pegar voces como si estuvieran sordos?  Viernes o Sábados e incluso algunas semanas ambos días.
              Como no me voy a acordar de mis antiguos vecinos, teniendo a éstos a los que no puedo llamar vecinos.


            Cuando compramos esta casa estábamos muy ilusionados, un poco antes compró mi vecino la suya; una pareja de nuestra edad muy simpáticos y buenas personas. Si alguna vez necesitaba algo de mi no tenía más que pedírmelo, no es que me pidiese muchos favores solo que jamás me ayudó a mi. Cada uno en su casa y Dios en la de todos era mi lema, no acostubro a visitar a mis vecinos pero mi casa siempre estuvo abierta. Nos llevábamos bien, bromeabamos; en fin, una buena relación.
      


            Te quedas sin trabajo, te divorcias y se acabó las charlas, las risas y sólo te llaman para darte alguna queja o para pedirte algún favor. Si... hecho de menos mi antigua vecindad. Conocía a todos y todos me conocían a mi, éramos pobres pero nadie nos apartó, o no lo recuerdo la verdad. Esta clase de conducta es más propia de salvajes que de seres racionales, lo siento pero o lo escribo o lo grito. Bueno... Gritar he gritado un poco, estoy tan cansado de aguantar esto.

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