Dicen de Zamora que es
‘la bien cercada’, ‘que no se ganó en una hora’… Hasta que ha llegado a sus
tierras un Señor libre, procedente de
Cádiz, que tras numerosos viajes y aventuras, ha sentado plaza en esa ciudad.
Una ciudad donde la
naturaleza, transformada por el Duero, ofrece un paisaje sin igual, y donde la
historia parece haberse detenido en épocas más gloriosas, cuando se miraba
siempre a lo alto, para construir la ciudad terrena…
A esta ciudad ha
llegado un gaditano enorme, y desde su atalaya privilegiada, proyecta su mirada con ojos de luz salada, y clara, sobre esta
ciudad pequeña y recoleta, dormida e intima. Se han juntado el encanto gaditano
con el encanto zamorano, ¡Madre mía!
¡Qué maravillas
brotarán de esas manos de artista, fascinado por la musa zamorana, reflejada en
su naturaleza material, animal y humana, bendecidas por la divina, que las
ampara y las mantiene intactas en el tiempo!
Le doy las gracias a
Zamora, hoy sí, porque siento que acogiéndote a ti, es como si yo tuviera algo
que ver en esa acogida.
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