“¡Y comienzan a suceder
maravillas!”, así titula la última página de su blog Guillermo Urbizu, y continúa:
“Cuando el mayor deseo
en el corazón de un hombre es que Dios haga en él su Voluntad, cuando ese
hombre se abandona con humildad en Sus manos, con la certeza plena de que es el
buen Padre quien mejor nos conoce y quien mejor sabe lo que nos conviene,
entonces comienzan a suceder maravillas.
Sólo hay que abandonarse por completo y dejarse llevar. Dicho así, ¡qué fácil parece! Pero enseguida nos tropezamos con nuestra realidad, y chocamos con nuestras limitaciones. Ese orgullo, esa vanidad, esa soberbia (que nos convence de que solos podemos), o cualquier otro defecto que nos impida presentarnos ante el Señor, con las manos vacías, llenos de humildad para decirle: “Haz de mí lo que quieras. No me fío de mi, Padre, sólo en Ti confío. Haz que en mi vida sólo se cumpla Tu voluntad y no la mía, porque yo soy un auténtico desastre y ando siempre tropezando en las mismas piedras. Arranca cualquier cosa que de mí te estorbe, hazme a tu gusto. En Tus manos me pongo. Me fío por completo de Ti.”
Reconozco que yo lo he
intentado, y lo intento, con frecuencia. Lleno mi corazón de buenos deseos y
dispongo mi voluntad para luchar contra lo que me impidiera ese abandono tan
deseado. Pero uno está lleno de limitaciones, y resulta agotadora esa lucha
permanente… e interminable. Al menos en mi caso no funciona. La voluntad
flaquea. Mi debilidad. Un día, bastante cansado, así se lo dije a Jesús: “A
ver, Señor, yo no puedo más, no me sale, no llego. YO SÓLO, NO PUEDO. ¿Acaso tú
no podrías quitarme lo que me impida abandonarme por completo a la Voluntad del
Padre? Porque querer sí que quiero, pero está claro que yo solo no puedo.” Y
algo me dijo en mi interior que Él me había escuchado. Incluso con agrado. Y
también en ese instante, supe que me iba a ayudar”.
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