Por Daniel Medina Sierra
Hace poco escuché en la
radio una historia real, que dice así:
Un chico estaba
buscando a su padre, y descubrió a través de Factbook que hacía seis meses que
había muerto y que fue enterrado donde se entierra a los don nadie.
Tenía cuarenta años y
era un alcohólico declarado. Enviudó, con dos hijos, y la empresa en la que
trabajaba quebró, y todos sus empleados fueron a la calle. Pronto no pudo hacer
frente a las facturas y a sus hijos con sus parientes.
Anduvo de albergue en
albergue, y poco apoco se fue alejando de la familia y allegados, se refugió en
el alcohol… y se fue apagando.
Es la historia de los
don nadie. A los don nadie nos cuesta dejarnos ver, hacernos oír. Dormimos en
cajas de cartón, mientras la gente pasa impasible. Sentimos el frío de la
noche. La soledad sólo se calma con un brik de vino de 70 miserables céntimos,
que da calor a un corazón triste,
valentía para combatir el miedo al mañana, del día, de la luz del sol, que nos
devuelve a la cruda realidad.
Morimos en el
anonimato, quién va a querer recordar a un indigente. Es una muerte lenta,
agonizando tras las gotas de algo que calme el dolor de un alma derrotada, ante
una sociedad indiferente. Somos don nadie, alcohólicos, indigentes, drogadictos y un sin fin de personas que no
En otros tiempos fuimos
como vosotros, también quisimos, luchamos, nos equivocamos e incluso acertamos…
Pero hoy nos llamáis los don nadie.
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