Ayer, mientras esperaba
la salida de María Auxiliadora, a la puerta de la Iglesia, charlaba con un
acogido de cáritas, casado y padre de cuatro hijos.
Lo conozco desde hace
unos cuantos años, y lo conocí en otra parroquia. Entonces el trato era bueno
al menos, y así, las penas se sobrellevan mejor, o al menos no se echa leña al
fuego, ni le se le da un palo más al
mono… que no es de goma, al contrario, su sensibilidad es exquisita… y así tiene
que ser el trato que le de un voluntario de cáritas, exquisito, para ser justos, y a ser posible, misericordiosos.
No le van bien las
cosas ahora mismo, está yendo a otra
ciudad a trabajar; nada fijo, pero bueno, aunque suponga mucho esfuerzo y un
mayor gasto para un beneficio escaso y fugaz. La familia es numerosísima para
estos tiempos, cuatro hijos y los dos padres, que afortunadamente siguen juntos…
aunque a veces asome el fantasma de la separación, tan frecuente desde la
crisis. Los hijos crecen rápido, y las necesidades también lo hacen al mismo
ritmo, así que no están los ánimos para muchas procesiones, y otras cosas… (no
estoy en contra de las procesiones, yo estuve en esta, y estaré en otras).
Digo todo esto porque, en
medio de la conversación, una auténtica panoplia de dificultades, propias y
ajenas, me dijo dos frases, una me dejó sobrecogido, la otra, profundamente indignado,
o dolido, como voluntario de cáritas.
Al decirle yo que alguien
había intentado hacerse daño a sí mismo, me miró, con los ojos húmedos
conteniendo las lágrimas, porque estábamos rodeados de gente, y me dijo “¿crees
que yo no lo he pensado más de una vez?”… Cuando no sabes que hacer, cuando un
hijo te pide de comer y no tienes respuesta…
La otra frase que me
indignó, la dijo un voluntario de cáritas, repartidor de bolsas de comida nada
más; le dijo hace ya algún tiempo: “si me vuelvo a enterar que haces algún
chapuz por las tardes, no te doy más bolsas de comida”…
Es para indignarse, y algo más… y este hombre se achicó, por eso lo
digo yo aquí, como voluntario, obligado a defender a la parte más débil. Pero
su silencio no creo yo que le haya enseñado mucho a ese voluntario, al
contrario, le ha permitido seguir creyéndose el dueño del servicio, porque aún
sigue…
Aunque, afortunadamente,
ya es un “tipo de voluntario en extinción”,
la mayoría de ellos desempeñan su servicio,
cada día con mayor preparación y la mejor disposición para llevar a cabo un
seguimiento de los acogidos que va más allá de repartir puntualmente los alimentos
cada primero de mes; supone fundamentalmente la promoción integral de la
persona, ayudándola a salir de la exclusión social.
Terrible palabra, más
ofensiva aún cuando presumimos de ciudades inteligentes, edificios inteligentes,
casas autosuficientes… Las personas no somos eso, productos inteligentes, fríos,
mecánicos; somos humanos, buenos y malos
a la vez, por eso libres, y peligrosos, para nosotros mismos y para los demás,
si no sabemos elegir bien; si no somos humildes y reconocemos de Quien
necesitamos toda la ayuda, todos, sin excluir absolutamente nadie.
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