Esta
mañana tuvo un final feliz. No puedo por menos de expresar mi admiración por el
cambio tan grande que ha dado esta persona, en a penas un mes que llegó a la
oficina; llegó aplastado por una tragedia y se va aliviado. Externamente
incluso ha cambiado, tanto que se puede expresar con sus mismas palabras: “es
que vivía asilvestrado, estaba salvaje”; así me respondió al comentarle yo que
no lo había reconocido el día anterior.
Llegó
como enemigo de todo el mundo y se va transformado, no sólo con un aspecto
aseado y relajado sino con modales y palabras de agradecimiento. No quería
ayuda y por fin, unos días de fiel tertuliano, otros pocos días en el albergue,
y otros contactos especiales, quizá con Dios mismo, lo han transformado, ha sabido recibir la
ayuda que se le podía dar y encara la nueva situación con otra actitud,
reconociendo su error y con ánimo para buscarse una vida mejor.
Días
así son una prueba más que nos va
llevando por la senda estrecha del esfuerzo, de la confianza a pesar de no conocer el final de cada
proceso, a pesar del escaso tiempo que compartimos con muchas de las personas con las que tratamos. Estamos ahí,
firmes, cada día, venga lo que venga, venga quien venga. Por eso le damos las
gracias hoy a J., por reconocer su error con naturalidad y agradecer la ayuda
recibida.
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