Por Daniel Medina Sierra
A veces, cuando estas
solo y piensas en tu situación, te dan ganas de tirar la toalla. Es
completamente lícito, puesto que a estas alturas de la película nadie me podrá
reprochar que no luché por volver a tener una vida digna. Luego piensas en los
amigos, mi verdadera familia y te vuelves a levantar, muchos chicos en
exclusión social, me consta, me observan, buscando cierta esperanza.
Es entonces cuando
tienes que sacar fuerzas de flaqueza, y sales a la calle, con una
responsabilidad, si yo puedo tú también puedes. Es como un mantra, yo puedo, yo
puedo...
Superados ya gran parte
de los envites de todos aquellos que siembran el miedo, la desesperación y la
destrucción sistemática de cualquier resquicio de humanidad, te das por fin
cuenta de que el individuo esta por encima de cualquier cosa.
Desde luego hay quién
cree que una persona vale lo que aparezca en su cuenta corriente, antes pensaba
que eso podría ser verdad; no es que no contenga parte de verdad, sino que
obviamente el ser humano es mucho más que una gran casa, un buen coche y una
buena posición. Toda esa gran potencialidad es precisamente la que pasa
desapercibida para ese grupo nada despreciable de personas sin alma.
Yo he descubierto
ángeles de carne y hueso con sueldos muy austeros, señores de los pies a la
cabeza, algunos en albergues y comedores sociales, no tienen un ferrari en la
puerta de su casa, ni siquiera tienen unos céntimos en el bolsillo, pero merece
la pena luchar por dar a estos grandes luchadores una nueva oportunidad.
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