miércoles, 17 de junio de 2015

‘fumar mata’…


 Me llamó una buena amiga, y también voluntaria de cáritas, para pedirme la receta del bizcocho de manzana, que tanto gusta y tanta fama me está dando de buen cocinero… Pero la media hora de teléfono la dedicamos a otros asuntos, empezamos arreglando el país, y en seguida nos centramos en los nuestro,  en cómo aliviar la pesada carga de algunas personas necesitadas que acuden a cáritas, en sus distintos servicios.

Ella tiene un caso que le preocupa especialmente ahora, quiere que yo intervenga, y tanto confía en mí, que no me puedo negar a hacer algo por lo menos. Sus comentarios me dieron el motivo ineludible para escribir esta nueva denuncia: la persona que le preocupa tanto en estos momentos, tiene que recoger colillas para poder fumar un cigarrillo, en el que quemar  su ansiedad, su desesperación, su frustración… como tantos separados, desunidos, empobrecidos, maltratados…

¡Qué absurdo, y qué pedante, y hasta injusto, me resulta ahora ver en un paquete de cigarrillos  la leyenda ‘fumar mata’!…

Es cierto que ya hemos comentado muchas veces este signo del deterioro social y de las condiciones de vida de los excluidos sociales: ‘se ha vuelto a la recolección de colillas’, cuando prácticamente había desaparecido poco antes de la crisis.

¡Pero en qué mundo vivimos! Ahora todos somos jueces unos de otros, y así nos va… No nos entendemos, vivimos en una nueva babel, en la que lo que se destruye no es precisamente una torre, sino las mismas personas, que en un número creciente descienden en la escala social hasta la exclusión. ¡Palabras terribles! Más aún porque, de tan habitual, se nos acerca cada vez más y amenaza nuestra propia seguridad. Una sociedad que tan altas cumbres de desarrollo material ha alcanzado, que se ha vuelto egoísta hasta el extremo de sacrificar a muchas personas, nacidas, bien formadas,  incluso antes de nacer, insensible a las capacidades, los méritos… premiando sólo el servilismo con el nuevo ídolo multiforme del progreso.

Me dicen que soy pesimista. Sí, lo soy, socialmente mucho. Pero sigo creyendo en el ser humano, porque Dios me lo permite,  y me llama a su encuentro con frecuencia entre los excluidos sociales;  en la misma proporción que entre las personas que, por suerte aún, no son excluidos sociales.

También me recordó mi amiga que esta crisis ha provocado un aumento de las enfermedades y del número de pacientes. No había terminado de hablar y me asalta otra denuncia ya repetida: ‘…en cambio la atención sanitaria disminuye su calidad y número de prestaciones’. Esto, terriblemente casa con lo que he dicho más arriba, que a los altos responsables de la economía, el gobierno y la paz en el mundo, no les importa demasiado lo que le suceda a la creciente  masa de excluidos sociales.




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