Me llamó una buena
amiga, y también voluntaria de cáritas, para pedirme la receta del bizcocho de
manzana, que tanto gusta y tanta fama me está dando de buen cocinero… Pero la
media hora de teléfono la dedicamos a otros asuntos, empezamos arreglando el
país, y en seguida nos centramos en los nuestro, en cómo aliviar la pesada carga de algunas
personas necesitadas que acuden a cáritas, en sus distintos servicios.
Ella tiene un caso que
le preocupa especialmente ahora, quiere que yo intervenga, y tanto confía en
mí, que no me puedo negar a hacer algo por lo menos. Sus comentarios me dieron
el motivo ineludible para escribir esta nueva denuncia: la persona que le
preocupa tanto en estos momentos, tiene que recoger colillas para poder fumar
un cigarrillo, en el que quemar su
ansiedad, su desesperación, su frustración… como tantos separados, desunidos,
empobrecidos, maltratados…
¡Qué absurdo, y qué
pedante, y hasta injusto, me resulta ahora ver en un paquete de cigarrillos la leyenda ‘fumar mata’!…
Es cierto que ya hemos
comentado muchas veces este signo del deterioro social y de las condiciones de
vida de los excluidos sociales: ‘se ha vuelto a la recolección de colillas’,
cuando prácticamente había desaparecido poco antes de la crisis.
¡Pero en qué mundo
vivimos! Ahora todos somos jueces unos de otros, y así nos va… No nos
entendemos, vivimos en una nueva babel, en la que lo que se destruye no es
precisamente una torre, sino las mismas personas, que en un número creciente descienden
en la escala social hasta la exclusión. ¡Palabras terribles! Más aún porque, de
tan habitual, se nos acerca cada vez más y amenaza nuestra propia seguridad.
Una sociedad que tan altas cumbres de desarrollo material ha alcanzado, que se
ha vuelto egoísta hasta el extremo de sacrificar a muchas personas, nacidas,
bien formadas, incluso antes de nacer,
insensible a las capacidades, los méritos… premiando sólo el servilismo con el
nuevo ídolo multiforme del progreso.
Me dicen que soy
pesimista. Sí, lo soy, socialmente mucho. Pero sigo creyendo en el ser humano,
porque Dios me lo permite, y me llama a
su encuentro con frecuencia entre los excluidos sociales; en la misma proporción que entre las personas
que, por suerte aún, no son excluidos sociales.
También me recordó mi
amiga que esta crisis ha provocado un aumento de las enfermedades y del número
de pacientes. No había terminado de hablar y me asalta otra denuncia ya
repetida: ‘…en cambio la atención sanitaria disminuye su calidad y número de
prestaciones’. Esto, terriblemente casa con lo que he dicho más arriba, que a
los altos responsables de la economía, el gobierno y la paz en el mundo, no les
importa demasiado lo que le suceda a la creciente masa de excluidos sociales.
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