Por Daniel Medina Sierra
Voy a hablaros hoy de
recuerdos de infancia. Recuerdo por ejemplo, que cazaba avispas o abejas y les
ponía un nudo con hilo de coser para que parecieran globos y luego los soltaba,
un día aparecí con unos cuantos atados en casa, casi le da un infarto a mi
madre.
Otros juegos fueron con
saltamontes, caracoles, y una serie de insectos que ya no recuerdo, pero sobre
todo me encantaban las mariposas y los llamados milagrillos, flores muy comunes
que crece en todas partes. Jugaba mucho con los perros abandonados y faltos de
amor que a pesar de las palizas que les daban eran muy cariñosos y me daba
mucha, mucha tristeza ver a un ser tan débil mendigando un poco de cariño. Mi
madre me reñía mucho y no quería que los tocara, pero yo no hacia caso y jugaba
y los besaba. Tenía y tengo la manía de olerlos con la cara pegada a ellos, me
gusta el olor de los animales, huelen a cariño, a casa, a tranquilidad, a Dios
y me conmueve su manera de mirar tan limpia.
Recuerdo
los árboles a los que nos subíamos y luego nos tirábamos al vacío ¡y no nos
hacíamos daño!. Recuerdo las horas interminables en el barrio jugando con los
demás niños a la pelota, al escondite... y sentados hablando de cualquier
tontería mientras que las madres, irritadas ya, nos gritaban: ¡como no subas
baja tu padre! Mano de santo, esa frase no fallaba.
Eran
días eternos, tiempos en los que creías en fantasmas, superman y todo era
posible, es ése, el paraíso perdido.
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