Hoy por fin tuve la
oportunidad de conversar con un armenio, un refugiado político en nuestro país
desde los años noventa. En verdad no es la primera vez que esta persona acude a
esta oficina, o pasa unos días en el albergue.
Pero, nunca habíamos
hablado lo suficiente para conocer algunas de sus cualidades, para mí era una
persona reservada, quizá no quería hablar por algún motivo, y por eso respetaba
su silencio y discreción. No es de esas personas que lo ves hablando con todo
el mundo, que presume de estar integrado como el que más; destaca por su
prudencia. Su semblante inspira
serenidad y respeto, sus gestos son educados y suaves, aunque reflejan una
personalidad fuerte, seguridad en sí mismo, y así se gana el respeto de todos.
Mi compañero tenía ganas
de que yo hablara con él, pues manifestaba unas ideas sobre la Iglesia y la fe,
que a él le parecían muy acertadas, incluso mejores que las de nuestra Iglesia católica.
Yo también tenía ganas de conocer a este hombre, así que me coloqué a su lado, y
precisamente hoy, tuvimos una mañana
bastante tranquila.
Comenzó preguntándole
mi compañero sobre el divorcio, que entre los armenios no se da, sobre el
aborto, que lo consienten hasta el tercer mes, a partir del cual está totalmente
prohibido. Luego seguimos interesándonos por la jerarquía en su iglesia los
diferentes grados o cargos que tienen, los sacramentos, si celebran ellos la
eucaristía y cómo lo hacen… etc.
Mi compañero está muy
interesado en estos temas, porque al ser la Iglesia Armenia una de las más
antiguas pues le parece que están más acertados que nosotros, los católicos, no
dan culto a los santos, sólo tienen eucaristía los domingos, y otras diferencias…
Pero, hoy, se ha quedado muy sorprendido, incluso le ha expresado a nuestro
amigo armenio su disconformidad con el modo que tienen de hacer justicia.
Kamo, que significa lo
mismo que Camelot - el del Rey Arturo, me insistía- me expresó muy enfadado que
lo que le horroriza de nuestra sociedad es la falta de respeto, me comentaba
ofendidísimo que había oído a una niña contestar de muy malas maneras a su
madre que la llamaba con urgencia, ¡eso entre nosotros es imposible! ¡A nadie
se le ocurriría! Incluso cualquier persona mayor puede reprender a un menor. Se
le notaba afectado por esta falta inmensa de respeto que en nuestra sociedad se
ha implantado como algo normal, e incluso puede llegar a estar amparada por la
ley...
Yo le expresé mi admiración
por ese sentido tan profundo del respeto que expresaba, que partía de la
familia y se trasladaba a la sociedad. Aunque no lo dijera expresamente él, es
en último término una manifestación del respeto absoluto a Dios y a sus mandamientos,
que impregna todas las actividades de la vida en todos los tiempos, y de todos
los hombres de bien. Algo que hoy nos asusta a los occidentales, y se le suele
llamar “integrismo”, o cosas peores.
El colmo del desacuerdo
de mi amigo y compañero con las medidas que adoptan en Armenia, según nos decía este buen hombre, se produjo cuando
nos explicó lo que hacen con los violadores, por otra lado muy escasos. Allí los
coge la policía, lo lleva a la plaza y los deja en manos del pueblo… Entonces
no pudimos por menos de expresarle nuestro desacuerdo, si bien reconocimos que
en nuestra patria los violadores no son tratados por la justicia con el rigor
que se merecen.
Pero también me explicó
más cosas, como que su pueblo ha sufrido numerosas persecuciones y dominaciones,
por un lado los invadieron rusos, por otro los amenazan constantemente los países
musulmanes, lo que ha dado como
resultado un éxodo por todo el mundo de doce millones de armenios, frente a los
cinco millones que permanecen en su patria, cada vez más reducida, y empobrecida,
sobre todo después del último terremoto, hace pocos años.
También me explicó el
origen y la relación de la Cofradía del Nazareno en Cádiz con los armenios, que
data del 1600. Había en Cádiz una colonia floreciente de armenios, hasta que el
rey les obligó a convertirse al catolicismo. Muchos se fueron y sólo se
quedaron doce. Tendré que ir algún día a ver las inscripciones que dan
testimonio de estos hechos. ¡Cuántas cosas ignoramos, y no debiéramos, pues por
sí solas enseñan a vivir con una perspectiva más acertada, pacífica y
provechosa!
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