viernes, 7 de agosto de 2015

“te noto un poco… pesimista, o negativo”


“te noto un poco… pesimista, o negativo”, así me saludó un buen amigo el otro día, aunque poco a poco, él mismo repetía casi al pie de la letra mis palabras, que expresaban, a su entender, un poco de ‘negatividad’. Se refería a cuando yo denunciaba no hace mucho  el silencio de cáritas, o su conformidad en aceptar las condiciones del reparto de víveres entre los acogidos, que les obliga a firmar al recoger el lote de alimentos, y me quejaba yo del control riguroso  que ponen en la recepción de una limosna, frente a la pasividad y descontrol de la corrupción a lo grande.

Mi amigo, que no es creyente, es sin embargo un defensor extraordinario de la Iglesia, pero sobre todo de su función social, de su utilidad en beneficio de los más desfavorecidos. Incluso sufre cuando alguien, sobre todo si se considera creyente, critica sin la menor consideración a la Iglesia. Y le preocupaba que yo, que siempre he defendido a la Iglesia y a cáritas, ahora me atreviera a criticarla públicamente.

Yo le expliqué, dialogamos, y al final estábamos de acuerdo en que efectivamente, el afán manipulador del poder político es insaciable, y no dudará lo más mínimo en quitarle a las organizaciones su protagonismo. Añado yo, controlando el abastecimiento controla a las organizaciones, y mediante ellas a las capas desprotegidas, los excluidos, evitando que se rebelen, mientras esperan, sin esperanza, un trabajo, estabilizados en la crisis permanente.

Rebelarse hoy es muy difícil, así lo demuestra lo poco que ha durado el movimiento del 15M, y su transformación en una fuerza política ansiosa de poder para cambiar a su modo las cosas, en plan frentista y generando división, como en tiempos pasados. Porque son incapaces de ofrecer algo nuevo y fresco, sin revanchas, sin odios, como cuando aquel “socialismo utópico” ‘desengañado’ de los excesos de la revolución francesa, confiaba en la capacidad de la educación para cambiar el mundo desde las personas, que por naturaleza tienden a la verdad, y al bien, que, cuando es auténtico, es bien común.

Ayer mismo también hablaba con un hombre, de mediana edad, que vive en el albergue desde hace unos días,  al que le cuesta mucho hablar, además, a penas se le oye, no tiene fuerzas para la esperanza  y ¡tiene tanto que decir!... terminamos con la frase demoda, ‘vamos a creer que algo está cambiando’, porque yo me había encontrado el día antes con dos personas, parados de larga duración, y con familia numerosa uno de ellos, que habían encontrado trabajo.

Otro, en cambio, parado de larga duración también y con familia numerosa a su cargo, me llega la noticia de que ha terminado con sus huesos en la cárcel o el calabozo, porque la desesperación y la contención en que vivía terminaron por ceder y se tomó un respiro, tan contrario a lo que él acostumbraba, que perdió el control y… a continuación la separación, si Dios no lo remedia.

¿¡Cómo puede pretender mi amigo que yo me contenga, que no diga cosas como estas!? Si no las digo yo por estos que conozco, seguramente nadie supiera que existen, estando en los márgenes, en las zonas excluidas de la sociedad. Y  para que si alguien encuentra a una de ellas, por favor, se fije y actúe en consecuencia, si no lo ha hecho alguna vez antes,  o sea, con humanidad samaritana.

Si asumiéramos que todos somos responsables de todos, no habría tanta crisis, o por lo menos los que nos han conducido a ella perderían su fuerza y su poder, y muchos volverían a tener motivos para la esperanza, sabiendo que alguien se ocupa o preocupa por ellos, aunque nada más hubiera para compartir que la compañía, palabras, y un ‘mendrugo de pan’, sin tener que rendir cuentas por ello a los nuevos estados manipuladores de la beneficencia, incapaces de encontrar fórmulas eficientes para hacer realidad el derecho al trabajo de todo el que lo quisiera, naturalmente.


Porque hay otras formas de vida, sorprendentes, sin duda… que se conforman con vivir a su manera, libres, hasta un punto verdaderamente admirable, aunque no logremos comprenderlos, o no nos quepa en la cabeza cómo pueden vivir así: sin techo, comiendo en comedores o de otros modos; hoy aquí y mañana allí, o sea, sin fronteras; practicando alguna artesanía o habilidad con la que ganarse el sustento de cada día, a merced de la generosidad de los viandantes; como peregrinos del Camino de Santiago he conocido a algunos, que lo han hecho una, dos y tres veces…

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