Hoy me ha llegado por el facebook este artículo, extraordinario, sobre el sufrimiento. Y como, generlmente, por nuestro voluntariado, o profesión de trabajador social, estamos cada día expuestos a 'compartir' todo tipo de sufrimiento, me ha parecido una reflexión muy oportuna y, seguramente, una gran lección...
http://observador.pt/opiniao/job/
27/8/2015, 7:31
Lo que el Libro de Job
dice va muy lejos en lo que respecta al sufrimiento. Y a la estupidez. El Libro
de Job es también un gran escrito sobre la estupidez humana.
Hay escritos que parecen
contener todo lo que puede decir de esencial sobre una determinada materia. Tómese,
por ejemplo, el sufrimiento. Conocemos directamente el sufrimiento a lo largo
de nuestras vidas, y desde el principio, de múltiples maneras. Y lo conocemos
indirectamente a través de los otros. Las dos formas de conocimiento se
encuentran, ciertamente, tan ligadas en tantos casos, cuando el sufrimiento de
los otros viene de nosotros, y el nuestro de los otros, que es difícil separarlos
absolutamente. Más allá de eso, el arte –la poesía, la música, las canciones,
la pintura, las películas, todo- nos habla del sufrimiento. Y la televisión lo
expone, debida o indebidamente, más indebida que debidamente, varias veces al
día. Estamos, literalmente, rodeados de sufrimiento. Pero, en la medida en que
hay algo esencial que se deja extraer en el capítulo en forma de palabras, no
conozco escrito que mejor lo haga, de un modo indisimuladamente humano, que el
libro de Job.
La historia comienza,
como se sabe, con un desafío de Satanás a Dios. Job es un hombre de rectitud
intachable y temeroso de Dios. Pero, dice Satanás, si Dios le toca en sus
bienes, rectitud y temor desaparecerán en un instante. Ahora, Dios lo toca
efectivamente en sus bienes. Todas sus propiedades son robadas y destruidas –y
todos los hijos muertos. Sucede que Job reacciona a la catástrofe bendiciendo a
Dios y sin proferir blasfemia alguna, aceptándolo todo. Viendo esto, Satanás,
-con alguna razón, dígase de pasada- no
se desanima, y aconseja a Dios, le permita
una prueba conclusiva, tocar a Job directamente en el cuerpo, en los
huesos y en la carne. Y Dios envía a Job una lepra maligna que le llena el
cuerpo de pus. Y ahí el caso, en ciertos aspectos, cambia sensiblemente de
aspecto.
Y cambia sobre todo de
forma por la visita de tres amigos –Elifaz, Baldad y Sofar- que, al principio,
ni siquiera lo reconocen, tal es la desfiguración provocada por la lepra. Se
siguen siete noches y siete días de silencio, hasta que Job, en presencia de
los amigos, maldijo el día de su nacimiento. Y los amigos y Job comienzan a
alternar discursos, a partir de un patrón que se repite: mientras Job insiste
en
que su sufrimiento no
tiene sentido (habiendo sido él siempre un hombre recto y piadoso), los amigos,
que se conceden un saber mayor que el de Job, procuran mostrarle que su
sufrimiento tiene sentido, esto es, que sus causas son inteligibles y
comprensibles. El sufrimiento físico y moral externo de Job es, por así decir,
aumentado por esa afirmación del sentido de su sufrimiento que le viene de la
boca de sus amigos.
El sufrimiento de Job
no se podía expresar de forma más vehemente. Las flechas de Dios están clavadas
en él y en la carne, cubierta de podredumbre e inmundicia, siente el veneno.
Sus enemigos lo miran con ojos terribles, abren la boca para devorar y le
golpean el rostro para ultrajarlo. Dios l despedaza el cuerpo herida sobre herida
y dispara a él, objeto de escarnio, como un guerrero.
Los hombres le escupen
el rostro y Job se siente hijo de la podredumbre y de los gusanos. Hermanos y
amigos se apartan. Los criados lo miran con aire extraño, y tiene que suplicar
que lo sirvan. La mujer siente repugnancia de su aliento. La piel se pega a los
huesos descarnados. Perseguido por Dios e invadido de terror, su alma se
disuelve. Es necesario precisamente leer el texto para darnos cuenta tanto de la
extrema soledad en que Job se encuentra como de la terrible falta de diferencia
entre el enorme dolor físico y el mal moral que le hace disolver el alma. Las
imágenes de que Jo se sirve (me limito a algunos ejemplos) lo muestran de la
forma más absoluta.
¿Y qué le dicen los
amigos? Que nada sucede en el mundo sin motivo. Que lo quieren instruir. Que
los lamentos de Job sólo revelan ignorancia, una ignorancia que merece reprensión.
Que Job no conoce los secretos de la sabiduría de Dios, que no comprende sus
caminos o su omnipotencia. Que lo que Job dice sólo muestra su iniquidad y su cólera
contra Dios. Que sus discursos interminables son el resultado de la falta de
reflexión. ¿Cuál es el fondo de lo que dicen sus amigos? La estupidez, la
desnuda y cruda estupidez humana. Aquí especialmente representada por la
incapacidad radical de imaginar la soledad ajena de una u otra forma que no sea
la altiva y diabólica voluntad de no comunicar, la del orgullo del miserable.
Job, naturalmente, no
agradece tanta sabiduría venida en su auxilio. “En verdad vosotros sois hombres
tenéis y con vosotros morirá la sabiduría”, apunta irónicamente. Para él, es
escarnio invocar a Dios en busca de respuesta. Es con Dios, y no con gente que
no sabe más que él y que pretende patrocinar
la causa divina, con quien le gustaría hablar. Job también se irrita con
los largos discursos de los amigos, “consoladores inoportunos”: “¿Cuándo tendrán
fin esas palabras que son viento?” Ellas sólo pueden venir, punto importante,
de alguien que no se encuentra en su lugar: “Yo también podría hablar como
vosotros, si estuvieseis en mi lugar” Tan vana consolación no es más que
perfidia.
Después del discurso de
un quinto personaje, Eliú, es el mismo Dios quien interviene en la querella. Ciertamente
que para recordar a Job la ignorancia en que este se encuentra de su sabiduría,
pero igualmente para censurar a los
amigos de Job la soberbia de pretender
conocer los designios divinos. De hecho, la censura a Job es mucho menos
radical que aquella que va dirigida a sus amigos. En su abandono, en su desamparo radical, Job había
sido más recto para con Dios que sus amigos. Y Dios le restituyó con creces
todo lo que había perdido.
No tengo, es claro,
ninguna competencia en materia de teología bíblica, a pesar de haber procurado
aplicadamente aprender una cosa u otra desde que (muy tarde, a los veinticinco
años) comencé a leer la Biblia. Pero el libro de Job (toda la Biblia, el resto)
habla por sí. Y no hice caso de los varios estratos de composición del texto, que obviamente determinan el
sentido de la lectura. Pero estas deficiencias, que ya no estoy a tiempo de
enmendar, no me impiden ver en el Libro de Job el gran libro sobre el
sufrimiento humano. No que el sufrimiento, o el mal, sean el más deseable
objeto de pensamiento: el placer, el bien, son los preferidos – y de lejos. Pero
el sufrimiento nos acompaña a lo largo de la vida entera y el Libro de Job nos
dice, de hecho, algo esencial sobre él.
Nos dice, por ejemplo,
que hay un valor del silencio frente al sufrimiento. Si los amigos de Job
hubiesen mantenido su silencio de los primeros siete días y de las primeras
siete noches, y no hubiesen pretendido instruir a Job, el sufrimiento de este,
por mayor que fuera su estado de abandono, sería menor que aquel en que cayó. Los
amigos, por descontado, eran probablemente bien intencionados, pero sufrían de
aquella especie de estupidez ontológica que se nos atraviesa ante las grandes
dolores ajenos, físicos o morales (llamémosles así). El sufrimiento, en su
dimensión más profunda,
es incomunicable, viene de un lugar donde no estamos – o aún no hemos estado-,
y, por eso, no susceptible de discusión. En esa medida, que es la gran medida,
es Job quien tiene razón: no tiene, literalmente, sentido. Los amigos quieren
que tenga sentido y caen infaliblemente en el parloteo, más o menos pedante y
ciertamente obsceno. Es una tentación natural, sin duda. Queremos hablar, y,
hablando, buscar sentido. Pero, pura y simplemente, en ciertas situaciones es
una tentación que debemos evitar. Hay pretensiones de comunidad que son abusivas.
La irritación de Job es
legítima contra la estupidez de los amigos. Esto tengo claro. En cuanto a Dios,
no sé nada, nada más algo de lo que sobre Dios fue pensado, y por eso soy,
prudentemente y sin heroísmo, antes al contrario, ateo. Pero lo que el Libro de
Job dice va muy lejos en lo que respecta al sufrimiento. Y a la estupidez. El
Libro de Job es también un gran escrito sobre la estupidez humana.
Excelente, punto de vista. En verdad el sufrimiento es incomunicable.
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