Daniel Medina Sierra
La
huida en ocasiones es la mejor opción, sobre todo cuando la situación te
supera. Existe una doble cara, la primera es la antes mencionada, una retirada
a tiempo es una victoria, la segunda es convertir la huida en un hábito.
Es
comprensible, y a todos nos ha pasado en alguna ocasión, que no pudiendo
encontrar una solución a un problema determinado, hemos aparcado
momentáneamente ese problema hasta encontrar una solución adecuada, de no ser
así, podría desarrollar problemas mayores, depresión, ansiedad, angustia...
Aparcamos temporalmente nuestro problema.
En
segundo lugar tenemos a los individuos que hacen de la huida un hábito de vida,
nada saludable. Van agregando problema tras problema al mundo subconsciente
esperando, no la solución, sino que se desechen por si solos. Lo de que una
huida preventiva, ante una circunstancia que nos supera, seria sana y correcta,
antes de dar un paso en falso y errar y empeorar más las cosas, se convierte en
temor a la realidad, temor a la acción y elección de nuestro destino.
Cuando
cruzas la acera, retrocedes, miras hacia ambos lados y luego cruzas al otro
lado. El huidizo para, mira a todos lados como si le cayera un coche del cielo,
y se queda parado, no cruza, por lo tanto no avanza. Son dos caras de una misma moneda.
El
destino te guarda grandes penalidades, grandes pruebas, grandes retos, grandes
metas. La felicidad no se alcanza agazapado, esperando a que la tormenta pase.
Es normal, lógico, que necesites tiempo para empezar a andar después de una
gran caída, pero no conviertas una tragedia en una condena de por vida.
Conozco
a muchas personas que se escudan y defienden ilustrando su tragedia con
argumentos convincentes y demoledores, maltrato, depresión, alcohol, drogas,
cárcel, desahucios, abandono... ¿ y después qué? llevan tantos años
autocompadeciendose que ya nadie los toman en serio.¿ qué esperan de los demás,
acaso la huida de su presente es motivo de la acción moral de otros?
No
hay solución definitiva ni igualitaria para otro ser humano, él debe ser quien
busque la salida, quien después de mirar a ambos lados cruce la otra acera. Solo
cuando decides avanzar, cuando ya has quemado todos los cartuchos de la autocompasión,
cuando no demandas oídos que escuchen la melodía constante de tu desgracia, tu
mano alcanzará la otra dispuesta a luchar contigo; contigo, no por ti.
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