JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
Las palabras no son viento que sale de nosotros. Con
ellas se dice la verdad, a través de ellas se construyen realidades, pero
también con su poder se crean mentiras – trampa donde se quiere que los otros caigan.
Una promesa que cumplo es una garantía que doy a los
otros –y a mí mismo- de que la confianza en mí depositada no se puede perder,
fructifica. Una mentira –o una simple promesa hecha – hace lo contrario, corroe
los pilares de lo que soy, me destruye... cuando miento, soy yo mismo quien
asume que no merece la verdad, que no soy digno de mi misma confianza. Es así
porque es casi irrelevante que una determinada mentira sea descubierta por los
otros: cuando alguien miente, sabe que miente. Quiere mentir. No quiere la
verdad. No quiere ser auténtico.
Creer que las propias palabras son pasajeras es
despreciarse. Reconocer un error es bueno, intentar disculparse, alegando que
todos cometemos errores, ya es una excusa para la irresponsabilidad... porque
es posible que la mayor parte de los otros no cometan los mismos errores que
nosotros.
Es esencial tener presente que el eco de la palabra dada
con honra quedará para siempre en el corazón de aquel a quien se destina, pero
marcará aún más el suelo del alma de quien decidió pronunciarla.
Quien quiere ser mejor, se levanta temprano. No quiere
soñar con mundos fáciles y posibles. Quiere vivir lo mejor de todos los
posibles, por más difícil que sea.
Importa cuidar mucho del silencio en que envolvemos
nuestras palabras. Él dice siempre más que las propias palabras. Puede ser
señal de presencia o de ausencia. La verdad o también una mentira. El bien o un
mal. El silencio puede ser una armadura que protege o una espada que mata...
Prometer a alguien nuestro silencio bueno será uno de los
más bellos gestos que podemos realizar, no la promesa en sí, sino lo que hiciéramos
para cumplirlo.
Uno de los designios más altos de la existencia será el
de hacer de la propia vida una certeza de bien.
(ilustração de Carlos Ribeiro)
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