Recuerdo
el día que decidí levantarme y dejar de esconderme para dejarme morir de hambre
y sed.
Estaba
en casa encerrado cuando llaman a la puerta, era un policía al que algún “vecino” llamó por si ya
me estaba descomponiendo, eso sí,
ninguno de éstos
se preocuparon por saber de mí.
Estuvimos hablando un buen rato, es un buen
hombre, pensé.
Estaba verdaderamente preocupado y asustado por el estado en que me encontraba,
incluso me ofreció
dinero para que comprase algo de comer, yo lo agradecí pero no
quise. Temía
que me echaran de la casa “
cueva”
le advertí
que si intentaban entrar me ahorcaba, dije toda clase de ocurrencias acerca de
esta puñetera
sociedad egoísta¡ Vamos, un
buen discurso!. Lo vi tan asustado, tan afligido con mi dolor. Me sentí
verdaderamente mal conmigo mismo, ese hombre no supo lo importante que fue en
mi recuperación.
Me queda un largo camino aún, trabajo,
fin de mis deudas económicas,
casa y poco más;
pero ese policía
del que sólo
sé
que estudió
historia le quiero rendir un merecido homenaje. Le recuerdo cada día porque
gracias a usted decidí
volver a luchar.
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