Esta mañana continúa la
racha de este verano, muy diferente a los anteriores, en los que la afluencia
de personas sin hogar disminuía considerablemente. Este año cada día es una
sorpresa, y a veces ni cabemos en tan pequeña sala de espera, a pesar del calor
sofocante que padecemos.
Pero eso sería lo de menos, lo
que importa son los motivos por los que tantas personas tienen que acudir a
solicitar ayuda y sobre todo alojamiento en el albergue. Si vienen tantas
personas, en verano, es que algo no va bien, es que son cada vez más las
personas que se ven excluidas familiarmente, socialmente, y hasta de sí mismos.
No se entienden ni se admiten a veces
las consecuencias de las decisiones que se toman, ni se tienen unos objetivos
claros en la vida. Cada día se repite la misma expresión, por personas
diferentes: “Esto va cada día peor”;
esta mañana, una excluida social, alemana, que hace mucho tiempo que no
venía por aquí, me dice, mirándome a la cara, y señalando al crucifijo que,
gracias a Dios, todavía preside la puerta de la oficina: “Ese nos va a
castigar; ese nos va a castigar”...
Toda esta introducción es
para apoyar la serie de injusticias que de las que hemos sido testigos, una vez
más. Una injusticia es la protagonizada por los bancos, contumaz, descarada,
con una impunidad que asusta, ya que hace sospechar y temer que la sociedad está transformándose,
no en función del hombre y su bienestar, ocupando el centro y ejerciendo el
control de su evolución, sino en un cuerpo extraño, inhóspito, amenazante.
¡No me cabe en la cabeza que
ni los sindicatos, ni los partidos, y otras muchas personas e instituciones, no tomen cartas en el
asunto! Jamás se ha visto tal avaricia, tanto servilismo con don dinero. ¡Cómo es
posible que cada día alguien venga quejándose de que el banco le ha descontado
de su pensión o ayuda social tal o cual cantidad! Hoy han sido 250€, de
intereses y por la utilización de la tarjeta en cajero. Otro señor, extranjero,
no ha llegado siquiera a cobrar un euro de su salario social recién concedido,
después de una larga lucha por conseguirlo.
Además, este señor tiene que
hacer frente a una denuncia y para su
defensa cuenta con un abogado de oficio, pero, ¡solo puede comunicarse con él por
whatsApp! , no le coge el teléfono, pero este hombre no puede disponer de esa
aplicación en su móvil.
“Una cuenta social; ve al
banco y que te abran una cuenta social. Yo tuve que hacerlo para que no me
embargaran la cuenta”, aconseja otra señora, que ya ha pasado por ese trance, y
ha sufrido lo suyo con hacienda, y consigo misma, con su propia cabeza, incapaz
de gobernarse en su propio beneficio...
Al poco llega un joven que vuelve después de haber pasado un
tiempo entre nosotros. Callado, como siempre, esperando que alguien le diga una
palabra amable, o eso me parece a mí. Entonces le digo “¿qué te ha pasado,
amigo?”, porque tenía el brazo lleno de cortecitos, y hasta en el cuello los
tenía. Me contesta con un hilo de voz, sin la menor muestra de incomodidad o
desagrado por la pregunta, al contrario parece agradecer la pregunta para poder
expresar así como se siente: “Nada, perdí la cabeza”... Parece que ha tenido
algún conflicto con algún familiar, quiere volver a casa, pero no consigue
dinero para pagarse el billete hasta la población donde vivía, aunque es una población muy
cercana.
En medio de todo esto, o
mejor, al final de la mañana, otro señor que lleva un rato allí, observando, nos dice cuanto le agrada la presencia en la
oficina del P. L. casi todos los días, le parece un gesto de gran humanidad. Lo
mismo vosotros, de verdad, se agradece que alguien quiera hablar con nosotros.
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