domingo, 19 de octubre de 2014

Sufrir sin molestar



                                                        Ilustração de Carlos Ribeiro

El sufrimiento es algo tan natural, como inevitable y universal. Sin embargo, cada vez más es remitido a la esfera privada, íntima, como si fuese algo que puede y debe ser vivido sólo lejos de los otros. En un recinto cualquiera, desde el que distante de los que le quieren, estar ajenos. Estos, se sienten con derecho a exigir que nuestros dolores no les incomoden.

Como un árbol golpeado por un rayo, cuando soy tocado por un dolor profundo, me rasgo, me divido y me consumo en dudas, ansiedades y pesadillas… el propio pensar duele. Estoy solo y con miedo… y el miedo hace siempre que cualquier mal parezca mucho mayor. Sufrimos… y sufrimos más aún cuando estamos solos.

Es imposible contener el sufrimiento, o lo compartimos o somos desgarrados por él.

Nos preguntan: “¿Cómo está?” Pero la respuesta o es indiferente o entonces trata de, por lo menos, parecerlo. Claro que, en el caso de que estemos muy bien, no podemos expresarlo con euforia, ¡porque eso va a chocar! Nunca debemos ser pesados para los otros, ni con nuestras lágrimas ni con nuestras sonrisas. Es así como viven muchos hoy…

Se da por supuesto que preguntemos siempre, pero que no respondamos, nunca. A no ser que sea alguien a quien apreciamos mucho, mucho, al punto de que queramos saber cómo está y de preocuparnos con lo que podemos hacer para compartir su intimidad con todo lo que tenga de bueno y de malo.

Hay personas que nos dicen “¡espero que te vaya todo bien!” con la intención oculta de una verdadera esperanza, la de que no les demos trabajo alguno. Esperan que estemos bien para que se puedan entonces aproximar sin temor de que cualquier dolor o tristeza nuestra los pueda sorprender e incomodar.

Sólo se aproximan a quien está siempre bien. Sólo se aproximan a una parte de nosotros. Nosotros no existimos enteros ara quien –sólo- quiere vivir de forma cómoda.

Espero que te vaya todo bien… ¿espero para acercarme? ¿o para irme en buena hora? ¿Y si la persona no estuviera bien? ¡Espero hasta que lo esté! Pero… ¿con ella? ¿o lejos de ella?

Vivimos en un tiempo en que el sufrimiento es visto como algo vergonzoso. En que las personas deben mantener sus dolores bajo control a fin de que los otros sean librados del peso de lo que entienden no ser suyo… un sufrimiento sin expresión… tan escondido como cualquier pecado obsceno.

Son pocos los que quieren que la lucha interior de alguien sea una lucha común… Se temen los dolores, pero se teme más todavía su inevitable contagio a que algunos llaman compartir. Amor.

Lo mismo después de una gran pérdida, el luto es una lucha que no debe ser entablada lejos de los otros. Cada uno carga su fardo, pero si lo comparte, el viaje se vuelve menos penoso. Porque se alivian, un poco, la pena y la soledad.

Claro, hay muchas simpatías y compasiones, pero la mayor parte de ellas es sólo aparente. Son cada vez menos os que consiguen prestar una ayuda desinteresada a quien lo necesita.

Las alegrías no incomodan tanto como las tristezas. Aunque en ambos casos sea raro se comparta.

Vivimos en un enorme tapiz de apariencias: los egoísmos, disfrazados de cosas bellas, esconden podredumbre… mentiras siempre asumidas de un modo diplomático e inteligente. Al final, todos tenemos nuestros problemas –dicen.

Me escondo en unas gafas oscuras, porque no quiero que vean mis lágrimas. Me visto de negro, para esconderme en la noche de mi mismo, quiero pasar desapercibido, oculto, silencioso… no quiero incomodar a nadie. No quiero que mi tristeza amargue la vida de nadie… tengo miedo.

Pero es el modo que nos impide ser felices. Porque quien tiene miedo, no ama, y  quien no ama no es feliz.


Soledades que son mentiras e infiernos. Hacia donde nos lanzamos enteros cuando sólo aceptamos de los otros  una parte de sus alegrías y dolores… y, también, cuando les mostramos sólo una parte de nosotros.

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