¡Ay de los que ya de madrugada
andan en busca de licores,
y siguen así hasta el ocaso,
hasta que el vino los enchispa...
No advierten la obra del Señor...
Por eso irá mi pueblo al destierro...
(Isaías 4,11-13)
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¿Quién
tiene los ojos turbios?
Los que
se pasan con el vino...
¡Cómo
brilla en la copa!
¡Qué
suavemente entra!
Pero al
final muerde como serpiente,
clava
los dientes como víbora. …
Tu mente
te hará decir tonterías...
Y te
dirás: “Me han pegado y no me duele”...
en cuanto
despierte pediré más vino.
(Proverbios
23, 29-35)
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Por dónde empezar, qué decir
a cerca de J., si anda por la vida en círculos; o como los ojos del Guadiana
aparece y desaparece, mostrando la imagen buena unas veces, la mala otras. No
es que él lo quiera así, es que una sádica fuerza lo maneja y él, como es así,
se deja llevar.
Te lo encuentras de pronto y
lo ves hecho un pincel, elegante y cortés, incluso con aspecto de hombre
ocupado. Os saludáis y da gusto, J. parece un vecino más, con su vida ordenada
y disfrutando de los amigos. Te lo vuelves a encontrar y ahora no es el mismo,
es un remedo de aquel hombre elegante, de buena presencia; sigue siendo cortés,
pero ahora es para pedirte ayuda, mas no para él sino para satisfacer a esa
insaciable bestia sádica que lo maltrata, y así lo deje en paz.
Este es J. Pero yo recuerdo
que hace ya unos cuantos años, cuando yo comenzaba a ser voluntario,
precisamente J. era un modelo de persona sin hogar que se esforzaba
certeramente en su reinserción, incluso fue seleccionado para intervenir en
unas jornadas de personas sin hogar a nivel provincial, y lo hizo muy bien.
Salió del albergue por fin
para vivir en un piso, y desde entonces ha venido a dar en el J. que describo
al principio.
A pesar de todo, él se hace
querer, no le faltan amigos que le ayuden, y que le regañen también porque
quieren su bien; quieren ver a ese J. elegante y buen vecino, que sabe
administrar su paga y no se la entrega a esa furia que lo anula y lo maneja,
que le impide ser libre y vivir en paz.
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