sábado, 25 de octubre de 2014

El trabajo bien hecho, la mejor recompensa



Después de superar algunas dificultades para concertar el arreglo del local, principalmente por la falta de recursos económicos de Cáritas Arciprestal, hemos podido dejarlo como nuevo, y reduciendo los gastos considerablemente.

Por supuesto que el trabajo lo han realizado dos de las personas que acuden a la oficina en demanda de los servicios de la trabajadora social. Al final hubo que recortar gastos, como he dicho al principio, pero no se echaron atrás. Sin embargo las cosas se complicaron un poquito, por el mal estado de la fachada, hubo que comprar más material, y se alargaron las horas de trabajo.  

Estos imprevistos motivaron las quejas de los trabajadores, y entonces yo intentaba dar algunas razones por las que merecía la pena hacer este trabajo. Insistía en la importancia de haber tenido coraje para ir afrontando los inconvenientes, que no fueron pocos, y rematar la obra reparando incluso desperfectos que no estaban previstos.

Cáritas no es una empresa, les decía yo, no tiene otros beneficios que no sean los donativos, y el mayor beneficio es que las personas que acuden en demanda de ayuda puedan satisfacer las necesidades más apremiantes por lo menos.


Otra idea que le transmitía era que el local que reparábamos aunque fuera de cáritas es un bien común, pues está al servicio de mucha gente, y debe mantenerse en el mejor estado posible, para que se sientan lo más a gusto posible.

Pero, mi amigo estaba preocupado por la justa remuneración, y lo comprendo, como a tantos otros parados de larga o duración, o a los que buscan su primer empleo, tengan la edad que tengan,  y el estado civil en que se encuentran… Todos tienen sus necesidades, que se resumen en una: el restablecimiento de la dignidad, con más razón todavía en una sociedad como la nuestra que lo que más  valora es el dinero o la riqueza.

En un momento determinado le digo a mi amigo, lo importante es que hemos salvado las dificultades y la obra esta terminada satisfactoriamente. Parece que Alguien nos ha echado una mano... Me miró y me dijo algo así como “y yo entonces qué…”; pero tuve reflejos para decirle “tú eres Su instrumento, y muy bueno”… no se defendió, sonrió y mostró su satisfacción  y dijo “bueno, eso sí puede ser”.


¡Qué importante es ser un instrumento de Dios, para el bien, aunque muchas veces no lo comprendamos, e incluso protestemos… Si al final lo hacemos! Por eso agradecemos a estas dos personas su trabajo bien hecho, aunque no tan bien pagado.

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