Después de superar algunas
dificultades para concertar el arreglo del local, principalmente por la falta
de recursos económicos de Cáritas Arciprestal, hemos podido dejarlo como nuevo, y reduciendo los gastos considerablemente.
Por supuesto que el
trabajo lo han realizado dos de las personas que acuden a la oficina en demanda
de los servicios de la trabajadora social. Al final hubo que recortar gastos,
como he dicho al principio, pero no se echaron atrás. Sin embargo las cosas se
complicaron un poquito, por el mal estado de la fachada, hubo que comprar más
material, y se alargaron las horas de trabajo.
Estos imprevistos
motivaron las quejas de los trabajadores, y entonces yo intentaba dar algunas
razones por las que merecía la pena hacer este trabajo. Insistía en la importancia de haber tenido
coraje para ir afrontando los inconvenientes, que no fueron pocos, y rematar la
obra reparando incluso desperfectos que no estaban previstos.
Cáritas no es una
empresa, les decía yo, no tiene otros beneficios que no sean los donativos, y
el mayor beneficio es que las personas que acuden en demanda de ayuda puedan satisfacer
las necesidades más apremiantes por lo menos.
Otra idea que le
transmitía era que el local que reparábamos aunque fuera de cáritas es un bien
común, pues está al servicio de mucha gente, y debe mantenerse en el mejor
estado posible, para que se sientan lo más a gusto posible.
Pero, mi amigo estaba preocupado
por la justa remuneración, y lo comprendo, como a tantos otros parados de larga
o duración, o a los que buscan su primer empleo, tengan la edad que tengan, y el estado civil en que se encuentran… Todos
tienen sus necesidades, que se resumen en una: el restablecimiento de la
dignidad, con más razón todavía en una sociedad como la nuestra que lo que más valora es el dinero o la riqueza.
En un momento
determinado le digo a mi amigo, lo importante es que hemos salvado las
dificultades y la obra esta terminada satisfactoriamente. Parece que Alguien
nos ha echado una mano... Me miró y me dijo algo así como “y yo entonces qué…”;
pero tuve reflejos para decirle “tú eres Su instrumento, y muy bueno”… no se
defendió, sonrió y mostró su satisfacción y dijo “bueno, eso sí puede ser”.
¡Qué importante es ser
un instrumento de Dios, para el bien, aunque muchas veces no lo comprendamos, e
incluso protestemos… Si al final lo hacemos! Por eso agradecemos a estas dos personas
su trabajo bien hecho, aunque no tan bien pagado.
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