Esta mañana casi no daba crédito a lo que veía, entraba en
la oficina nuestro amigo R. con una imagen nueva, como jamás lo habíamos visto,
y mis dudas tenía de llegar a verlo un día de “persona normal”, con el que se
puede mantener una conversación sin tener que estar recurriendo a lugares
comunes y tópicos para animarnos como el varón de Münchaussen, tirándonos de
los pelos hacia arriba para salir de las arenas movedizas.
Ha sido una alegría mirarnos a la cara, de frente, de tú a
tú, luciendo una sonrisa auténtica, que deshacía cualquier duda o mal recuerdo sobre la capacidad de R. para
recuperarse.
Hoy no vino como solía hacer, echándose encima de mí,
besándome y tambaleándose; hoy ya no me necesitaba para afirmarse, era dueño de
sí mismo; le pregunté, más o menos, cómo se había operado ese milagro, y me
contestó con aplomo: “ha sido cuestión de voluntad, porque me lo propuse”.
Todos lo alabamos y lo despedimos hasta el día siguiente
porque tenía prisa, pero lo esperamos impacientes para que nos cuente, si lo
tiene a bien, cómo logró rescatar la voluntad perdida, o quizá sólo estaba
dormida y despertó con el estímulo adecuado, como en los cuentos, con un beso,
con un toque mágico del hada buena, después de haber superado una peripecia
llena de obstáculos y dificultades poniendo en riesgo la vida misma. Siempre me
acuerdo de una gran película: “Nani Manzanas”, con cuanto gusto uno quisiera
que fuera una realidad más a menudo.
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