lunes, 25 de agosto de 2014

Un tributo demasiado alto


Tan nervioso estaba que creía que nosotros estábamos en su contra, y en cambio defendíamos no sé que intereses, los de la monja que le había regañado por salir del albergue sin desayunar,  o los de la Iglesia, según él en todas partes lo humillaban…, hasta llegó a decirle a mi compañero que parecía “jesuita”.

Lo tomé a broma, para distender un poco el ambiente, y le dije a mi compañero: ¡vaya, ya era hora de que tocara a ti que te tomaran por Padre, y nada menos que jesuita!, el hombre no nos dijo qué quería decir con ello, pero estaba claro que se encontraba muy  suspicaz,  todo le parecía en su contra, incluidos nosotros, que estamos aquí para escuchar. Pero, hoy sí que nos puso a prueba este buen hombre, pues estamos mal acostumbrados a los elogios.

Claro que tenía motivos, para estar tan suspicaz y para salir temprano del albergue  esta mañana, sin desayunar. Tenía que ir con toda urgencia al banco (Bankia, para ser exactos), pues es 25 y debía cobrar. Pero, como le habían embargado la nómina extraordinaria de julio, temía que este mes le hicieran la misma faena. El embargo se debe a una deuda con el
Excelentísimo Ayuntamiento de Cádiz, propietario de su vivienda, motivo por el cual  además lo ha desahuciado. Entonces este hombre, sin previo aviso, dice él, se ha visto en la calle y sin dinero.

Como ha agotado los tres días de albergue en Cádiz ha venido a San Fernando, y le ocurren estas cosas que hemos comentado al principio. Al final logramos que se calmara y nos dio la mano, agradecido.

Acusa dos injusticias tremendas de esta sociedad, y nos reta a que las denunciemos: aunque es pensionista, el ayuntamiento lo desahucia, y además le embargan la cuenta. ¡Pero cómo es posible que haya tanta indulgencia, y tanto desinterés de la Justicia y de Hacienda para que se devuelvan al estado, o sea a todos los ciudadanos,  los miles y millones de euros que roban políticos y funcionarios, y en casos como este la actuación sea inmediata y fulminante!

La avaricia de la Administración y de los bancos con los débiles de la sociedad, es una ofensa a la dignidad de las personas, una injusticia tan injustificable, que prueba el culto que le dan al dinero,  al que nos someten y nos obligan a pagarle un tributo, de grado o por fuerza, tan alto a veces, que arranca parte de nuestra vida, a otros los expulsa de la vida social, y a muchos los convierte en marginados.


Por eso nuestro amigo hoy estaba tan alterado, porque no quiere, de pronto, de la noche a la mañana, sentirse un marginado.

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