Este es otro C.,
¿cuántos Cs. vienen por aquí? Así saludaba esta mañana a mi amigo C.,
intentando gastarle una broma, sabiendo que la aguantaría… Hoy entraba como un
cohete, con la cabeza inclinada, sin mirar a la cara y saludando a todo el
mundo, uno detrás de otro, sentándose a
tomar su café en completo silencio con
el exterior.
Después de un rato de
charla colectiva, cuando quedábamos solamente los voluntarios con él, entonces
empezamos a hablar en serio. Lo de los Cs. es que es tan expresivo, tan “inocente”,
que se trasparenta, como un niño, de manera
que cada C. es lo que traiga entre manos, o en el “coco”.
Últimamente “se había
encontrado un amor”. Estaba transformado, incluso lo veíamos escribir cartas a
diario, en medio de la conversación, sin levantar la vista ni pestañear, tal es
su capacidad de aislamiento; igual que otros están metidos en los móviles
recibiendo y enviando mensajes, pero él no tiene móvil…
No tiene móvil, ni
bici, ¿Por qué no la tiene, si es su medio de trabajo, para ir a mariscar todas
las noches y ganarse unos euros? Pues no la tiene porque su amor tiene una
hermana, a la que tiene que pagar algún tributo, y para que no anduviera ella,
ahora el que no anda ni marisca es él.
La “comedura de coco”
que trae, y cómo recuperar la bici sobre todo,
lo han echado del albergue, a donde había vuelto con alguna cerveza de
más y para evitar enfrentamientos peores, pues no fue a dormir. Ahora está en
la calle.
Estos pensamientos le
han llevado también a querer ser el dueño de su vida de una vez por todas,
estando decidido a ir a un centro hasta sentirse seguro de salir de allí para
no tener que volver nunca más, ni a este ni a otro centro.
Le ayudamos a
esclarecer un poco sus pensamientos, y confiamos en que tome la decisión mejor
para él.
De todos modos, siempre
hay alguien que saca partido de los demás, en vez de agradecer su amistad y
compartir recíprocamente lo que tienen.
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