domingo, 21 de septiembre de 2014

Descenso del tener-ser al puro ser





Cuánto cuesta el descenso a la marginación, el desprendimiento, lento o vertiginoso, de la familia, de los bienes, del trabajo que sostiene cuanto tengo, y cuanto soy. Porque a menudo no tenemos tiempo de ser lo que quisiéramos ser sino que somos lo que tenemos, para nuestra familia, para los amigos y para los demás, hasta el punto de que nosotros mismos creemos ser lo que los demás dicen que somos.
 

Es entonces, cuando me veo sin nada, sin nadie a mi lado, cuando caigo en un vacío tan grande que me va a costar mucho llenar. Tampoco estoy dispuesto a recibir ayuda de extraños, ni me voy a identificar con esos marginados veteranos, que vete a saber por qué están ahí abajo, además están un poco desquiciados, y cada uno tiene sus vicios y manías.

¿Y cómo se puede ayudar a una persona en este trace? Es muy difícil. Nunca imposible. El silencio respetuoso y alerta puede resultar la mejor ayuda. Hasta que haya descendido tanto y la oscuridad sea tanta, que tenga que pedir ayuda; aunque no lo haga a gritos ni conscientemente, con una mirada, con un gesto que contradice las palabras que se resisten a reconocer la debilidad, el estado de necesidad. Es tan humillante.
 
Tanta gente de mediana edad hoy pasa de este “ser-tener” a no tener, que el ser se encuentra bastante perdido, aturdido. Quizá así, tan trágicamente, muchas personas se encuentren consigo mismas, con un ser que les va a sorprender, y será el nuevo motor de una vida diferente, con otro ritmo, más pausado, con otros tonos, otra sensibilidad. Otra humanidad es posible, empezando cada uno por sí mismo.


(Las ilustraciones son de un pintor que buscaba una inspiración extraordinaria en San Fernando, y nos dejó sus pinturas como un regalo, sin la menor resistencia. Por eso quiero publicarlas con esta reflexión que me ha proporcionado su recuerdo y el de algún otro…)


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