Cuánto cuesta el
descenso a la marginación, el desprendimiento, lento o vertiginoso, de la familia, de los bienes, del trabajo que sostiene cuanto tengo, y cuanto soy. Porque
a menudo no tenemos tiempo de ser lo que quisiéramos ser sino que somos lo que
tenemos, para nuestra familia, para los amigos y para los demás, hasta el punto
de que nosotros mismos creemos ser lo que los demás dicen que somos.
Es entonces, cuando me
veo sin nada, sin nadie a mi lado, cuando caigo en un vacío tan grande que me
va a costar mucho llenar. Tampoco estoy dispuesto a recibir ayuda de extraños,
ni me voy a identificar con esos marginados veteranos, que vete a saber por qué
están ahí abajo, además están un poco desquiciados, y cada uno tiene sus vicios
y manías.
¿Y cómo se puede ayudar
a una persona en este trace? Es muy difícil. Nunca imposible. El silencio
respetuoso y alerta puede resultar la mejor ayuda. Hasta que haya descendido
tanto y la oscuridad sea tanta, que tenga que pedir ayuda; aunque no lo haga a
gritos ni conscientemente, con una mirada, con un gesto que contradice las
palabras que se resisten a reconocer la debilidad, el estado de necesidad. Es
tan humillante.
Tanta gente de mediana
edad hoy pasa de este “ser-tener” a no tener, que el ser se encuentra bastante
perdido, aturdido. Quizá así, tan trágicamente, muchas personas se encuentren
consigo mismas, con un ser que les va a sorprender, y será el nuevo motor de
una vida diferente, con otro ritmo, más pausado, con otros tonos, otra
sensibilidad. Otra humanidad es posible, empezando cada uno por sí mismo.
(Las ilustraciones son de un pintor que buscaba
una inspiración extraordinaria en San Fernando, y nos dejó sus pinturas como un
regalo, sin la menor resistencia. Por eso quiero publicarlas con esta reflexión
que me ha proporcionado su recuerdo y el de algún otro…)
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