Vamos recuperando ciertos hábitos y costumbres tras el último
cambio, el más difícil por estar en dependencias separadas la oficina del
trabajador y la sala de espera, pero sobre todo por estar instalados dentro de
un edificio de una institución diferente, con un modo de actuar diferente. Como
digo vamos sorteando las dificultades y prestando la mejor atención posible a
las personas que siguen acudiendo a Cáritas, como primer paso para entrar en el
albergue, o aquellos que viviendo en la calle necesitan del trabajador para resolver
sus asuntos personales y la gestión del papeleo administrativo.
Hay días que acuden más y otros menos, pero hay algunas
personas que acuden con más asiduidad, al menos el tiempo que están alojados en
el albergue. Hoy, precisamente, es el segundo día que entablamos una
conversación, y de manera espontánea surgió el tema de la separación, uno de
los motivos más frecuentes de vivir en la calle, o tener que buscar un albergue,
y si es conocido, mejor, para no sentirse solo, para no añadir más incertidumbres
y sorpresas negativas a su situación de desamparo. La calle no es para todo el
mundo, hay que ser muy valiente, o verse forzado a ello.
Pero lo que más me impresionó fue el comentario de esta
persona sobre el albergue, el de antes y el de ahora. Me dijo que echaba de
menos a las Hermanas, que él había venido a este albergue porque ya en otra ocasión,
hace no mucho tiempo, tuvo que abandonar su casa precipitadamente, y ellas lo atendieron
muy familiarmente, y lo escucharon, sobre todo lo escucharon, y así pudieron
satisfacer sus demandas materiales y espirituales. No se sintió solo, no tuvo
que pasar la primera noche de separado en la calle, como le ocurre a otros.
Creo que, a pesar de los miles de comentarios que sobre las monjas
se han hecho (yo mismo lo he hecho en algunas ocasiones) es justo reconocer, y
me alegro de poder expresarlo públicamente, que hay muchas personas que les están
eternamente agradecidos, que en numerosas ocasiones supieron estar a la altura
de su vocación, dando una acogida eficaz, y fraternal, a numerosos acogidos.
Realmente hay que pasar por situaciones de exclusión, sentirse
totalmente desamparado, para comprender lo importante que es que alguien te
reciba con los brazos abiertos, que las personas que se dedican por profesión o
voluntariamente a los servicios sociales sean acogedores, se olviden de los
prejuicios y no encuadren en seguida ni califiquen a simple vista a las
personas que padecen de exclusión social de manera prolongada, o en momentos
determinados de su vida. Yo creo, sinceramente que las religiosas tienen ese
plus que otros no tenemos para este servicio, porque tienen todo el día dedicado a esa
labor, mientras que los demás lo hacemos en un horario más o menos extenso.
También es verdad que demasiado tiempo dedicado a esta labor
de atención a todo tipo de personas en exclusión social puede provocar
cansancio, incluso se puede llegar a adoptar actitudes de los propios acogidos,
que sería lo peor. Entonces es necesario alejarse un poco, reflexionar, también
formarse otro poco más, y volver con fuerzas renovadas.
Es cierto, es más, yo mismo he tenido esa sensación cierto cansancio y he preferido alejarme antes de perjudicar tanto a mis compañeros como a los acogidos. Cuando se pierde la sensación de sentirte bien con lo que haces o notar que no estas siendo objetivo y te pueden sentimientos de frustación, talvez por perdirme demasiado, por mal entender la caridad, por no mantener cierta prudencia o por cuestiones personales que acabas llevando a tu puesto como voluntario; es conveniente alejarte temporalmente hasta que encuentres la calma y el camino adecuado para hacer tu labor como te gustaría.
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