José Luís
Nunes Martins
Hay cada vez más personas mayores que viven solas y
aisladas. Su soledad, porque no es elegida, es una condena de los otros y de su
propia familia. Algunos la aceptan como condición casi natural de su edad y por
la determinación que tienen de no ser un peso para nadie, menos aún para
aquellos que aman.
¿Pero es que el amor es solo para los buenos tiempos?
Cuántos de estos hombres y mujeres, que hoy viven abandonados, habrán dedicado todas
sus fuerzas al servicio de sus hijos sin mirar los sufrimientos y sacrificios que
su dedicación les exigía. Hijos esos que, ahora, los prefieren lejos.
En octubre de 2018, fueron contabilizadas 45.563 personas
ancianas viviendo solas o aisladas en Portugal. Un número que asusta por lo que
revela, no de esas personas, sino de los otros que debían combatir esta
realidad en vez de ignorarla.
En invierno, llegan a nuestros hospitales muchos ancianos
desnutridos y con hipotermia. Tristes, muy tristes. Peor, están resignados a
esta condición de desconsuelo. Por eso, agradecen cada sonrisa y minuto de
atención… como si sintiesen que no se lo merecen.
El hambre, el frío, la tristeza y la soledad son problemas
cuya solución se conoce y puede ser aplicada, mejor o peor, por casi todos
nosotros. La dolencia peor es la que hace que casi todos nosotros nos quedemos
indiferentes, que rehusemos prestar apoyo, familiar o institucional.
Algunas residencias de ancianos parecen cementerios de vivos…
tal vez hasta con menos visitas. ¿Qué dice eso de nosotros?
Preservamos a nuestros niños de convivir con los ancianos,
como si la vejez fuese contagiosa. Tal vez con miedo de que los niños nos pidan
después más encuentros como aquellos. Incluso porque los viejos tienen tiempo y
paciencia para los niños, y eso nos enfada, porque nosotros no tenemos.
¿Qué es necesario para que cambiemos nuestra forma de
pensar? ¿Será necesario que lleguemos nosotros a viejos para darnos cuenta? Tal
vez, entonces, sea justo que suframos lo mismo o peor. Incluso porque estos, en
su tiempo, no abandonaron a los suyos.
¿Si garantizamos, y bien, a los reclusos de los
establecimientos carcelarios comidas calientes y acompañamiento permanente de
salud, por qué razón no conseguimos asegurarlo para nuestros ancianos?
Decimos que amamos, pero amar es amar hasta bel final.
Suceda lo que suceda.
La mayoría de nosotros afirma con convicción que ama, pero
será eso verdad? Al final, si un amor se acaba es porque nunca llegó a existir.
Mal vale que asumamos que no somos ni capaces ni dignos de
amar.
http://www.agencia.ecclesia.pt/…/porque-nao-amamos-ate-ao-…/
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