domingo, 11 de febrero de 2018

Salud de los enfermos, ruega por nosotros



Ayer viernes acudía a mi parroquia para honrar a la Virgen de Fátima, ya que nos correspondía recibirla en su peregrinación por la Diócesis, con motivo de la conmemoración del centenario de las apariciones en 1917. El P. Luis,  nos animaba en la presentación a aprovechar la ocasión de la visita de la Virgen para pedirle por todas nuestras necesidades, al enumerarlas citó una que me impactó, respondía exactamente a algo que me había sucedido justo al salir del portal de mi casa.

Me encontré con una persona que, aunque se considere un marginado social, es una persona humana. Venía empujando el carro donde transporta la chatarra que recoge por toda la ciudad, y me pidió para un café. Se le notaba algo preocupado. Ya tiene bastantes preocupaciones, las propias, e incluso las de su hermano, a quien no logra atraer a mejor vida. Pero hoy estaba preocupado por otra persona más, una persona que vive con él, en su piso de ocupas.

Esta persona es una mujer mayor, muy enferma, que hace poco salió del hospital a la calle, aunque tendría que haber sido acogida en algún centro o residencia, donde se la pudiera atender con dignidad y adecuadamente. Se dirigió al único sitio donde sabía que la acogerían,  donde ya había vivido largo tiempo. No logra recuperarse, a pesar de haber conseguido disponer de las medicinas tan caras e imprescindibles que necesita. Ahora, dice este ‘buen marginado samaritano’,  que le da mucha guerra, porque no quiere comer, ni tomar la medicina, que lo insulta, que le habla mal. Su situación es trágica, como se puede suponer, la edad, la enfermedad, el trastorno mental que padece desde que la conozco, encerrada en una habitación sin ventana. Hace falta mucha profesionalidad, mucha calma, y mucha humanidad sobre todo, para seguir cuidando de ella diariamente, sin ninguna recompensa, solo la de tener la conciencia tranquila.

El P. Luis nos recomendó rezar especialmente por los enfermos y por las personas que los cuidan, para que tengan la fortaleza necesaria para su cuidado. Además hoy, cuando termino el escrito, hemos honrado a la Virgen de Lourdes, y de nuevo me he acordado de A. y de C. y vuelvo a pedirle a la Virgen que recompense, como Ella sabe, a estas dos personas que se ayudan en medio del sufrimiento, y en circunstancias tan adversas.


También estamos acostumbrados a escuchar que somos nosotros las manos de Dios,  sus instrumentos para hacer el bien en este mundo. Pero, también es cierto que es muy difícil solucionar todos los problemas a todas las personas… Dios no lo hace, siendo Todopoderoso, así que no le vamos a decir nosotros cómo debe actuar y menos cómo debe ser.

Recuerdo al respecto lo que me dijo un sobrino, sacerdote, cuando comencé mi actividad de voluntario y quería arreglarlo todo: “¿tío, tú qué te crees, Dios?”, quería arreglarlo todo y la culpaba de tantos males la tenían autoridades e instituciones… Me olvidaba, injustamente, de tantas personas dedicadas a atender las necesidades de los demás, a lo largo de la historia y en el presente,  con discreción y humildad, y a tantos como han contribuido al progreso de la sociedad  en su conjunto. Quizá son buenos conocedores y   consecuentes con la frase del mismo Jesús: “… a los pobres los tendréis siempre con vosotros”. Por eso no hay que descansar hasta lograr la salvación individual y colectiva, y para ello hay que contar, ineludiblemente, con Dios, con paciencia y esperanza.

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