Pablo Garrido Sánchez
Adoramos al
PADRE por el HIJO en el ESPÍRITU SANTO (Concilio Vaticano II, Optatam totius n.
8). Esta fuente divina nos distingue de las otras dos religiones monoteístas,
con las que coincidimos en dicho monoteísmo, pero no en la concepción de DIOS
en sí mismo. La adoración en toda su profundidad sólo la podemos realizar
unidos al HIJO, con el que los renacidos por ÉL (Cf. Jn 1,12) formamos una
unidad. El VERBO descendió de junto al PADRE y se ha hecho historia en la
persona de JESÚS de Nazaret. El tránsito a través de los siglos todavía no ha
terminado, la RESURRECCIÓN de JESÚS marca una nueva época en la que nos
encontramos: los últimos tiempos. Llegados a la plenitud de los tiempos con la
aparición de JESÚS en el escenario geográfico de Israel (Cf. Mc 1, 15; Gal 4,4)
nos queda el momento en el que el propio JESÚS RESUCITADO considere que ha
llegado la plenitud perfecta según el designio eterno del PADRE para
entregárselo todo en sus manos (Cf. 1Cor 15,24-28; Ef 1,10). En este intervalo
JESÚS sigue estando entre nosotros de una forma especial en la EUCARISTÍA,
dando vida al mundo” (Cf Jn 6,33).
Nuestra
adoración en “espíritu y verdad” (Jn 4,23), que encuentra sus posibilidades a
la adoración en cualquier lugar y tiempo; sin embargo, no se puede deslindar
del hecho revelado de la presencia real
de JESÚS en el sacramento eucarístico. El movimiento descendente y ascendente
de la presencia de JESÚS en el propio sacramento eucarístico cuenta con la
adoración al PADRE a través del Pan de Vida que desciende y pone su tienda
entre nosotros (Cf. Jn 1,14; 6,32-33).
En memoria
El relato de
san Pablo, recibido de las comunidades cristianas, y narrado en 1Cor 11,23-25
señala el memorial de lo que JESÚS instituyó en la Ultima Cena: JESÚS tomó pan y dijo: esto es mi cuerpo; tomad y
comed. Al finalizar la Cena, tomo el cáliz, dio gracias, y lo pasó
diciendo: Esta es la sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por
muchos; cuantas veces lo hagáis hacedlo en memoria mía hasta que vuelva.
Este texto de san Pablo señala con prioridad el sentido de Alianza, el Nuevo
Pacto establecido por JESÚS queda sacramentalizado, y así es posible
actualizarlo en cada comunidad para bien de toda la humanidad.
El pan bajado
del cielo
San Pablo
relata la sacramentalidad de la Nueva Alianza y san Juan en su capítulo seis
versículos del veintitrés al cincuenta y nueve, nos ofrece el contenido de la
misma. JESÚS como “signo de contradicción” (Cf. Lc 2,24 ) lo mantiene en su
condición de Pan de Vida. Muchos discípulos dejaron de acompañar a JESÚS y
dirigiéndose a los Doce, les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?”; y
sigue: “esto os escandaliza, pues “¿qué será cuando veáis al Hijo del hombre
sentado a la derecha del PADRE donde estaba antes?”(Cf Jn 6,61-62. Jesús en su
presencia eucarística demanda una Fe Especial envuelta en una debida admiración que resulte del asombro
ante la magnitud del hecho que se está realizando . Esta actitud es la misma
que debe presidir en nosotros cualquier acto de adoración, pero deforma
especial cuando estamos delante de JESÚS eucaristía.
En los
versículos señalados de san Juan existe un tránsito que va de la Fe a la máxima
unión por el hecho físico de comer la sacramentalidad del cuerpo y sangre de
JESÚS. “Es DIOS el que da el verdadero
pan del Cielo”, y reconocerlo como tal
es obra del mismo PADRE, por lo que dice JESÚS: “Nadie puede venir a MÍ, si el
PADRE que está en los Cielos no lo atrae”. La acción del PADRE en el discípulo
hacia el reconocimiento de JESÚS es atractiva y no una acción impositiva, de
ahí que la relación entre el discípulo y JESÚS esté establecida en la
confianza, que es la Fe compartida en una relación impulsada por la Caridad.
Todas las afirmaciones sobre los efectos del Pan de Vida están precedidas por
una forma estilística que indica un compromiso por parte de DIOS totalmente
firme: “En verdad, en verdad os
digo”..
Pan de vida y
resurrección
Las palabras
de JESÚS sobre la Eucaristía no constituyen una enseñanza cualquiera, no se
trata de una nueva parábola o la consecuencia de un milagro. Creer en JESÚS
como el Pan de Vida lleva consigo la incorporación a la dimensión crística,
JESÚS no lo echará afuera, y lo estará incorporado a su misma gloria. La Fe en
JESÚS Eucaristía opera la Resurrección en el Último Día, pero no dejemos de
señalar que el Último Día incluye el
ahora presente. JESÚS se lo hace saber a Marta y a su hermana María en el
acontecimiento de la revivificación de Lázaro (Cf. Jn 11,25-26). Este es un
buen momento para hacer notar la gran
diferencia entre revivificación a esta vida presente y la verdadera
resurrección: Lázaro es traído de nuevo a este mundo, pero su verdadera
resurrección vendría después, aunque en el ámbito de la Fe en JESÚS cada
discípulo vive los efectos de la Resurrección del SEÑOR.
Comunión total
No se puede
decir algo de más hondura dentro de la vida
espiritual o cristiana, de lo que manifiesta JESÚS en estos versículos:
“De la misma manera que YO vivo por el PADRE, así el que me coma vivirá por
MÍ”. Tras habernos iluminado sobre su propia identidad como el alimento
verdadero, que da la vida a los hombres del mundo entero, JESÚS señala la
máxima presencia de DIOS en el hombre: la comunión eucarística trasvasa la vida
de DIOS a las fibras físicas, psíquicas y espirituales del hombre. Todo esto
hay que meditarlo con detenimiento, pues no es una ciencia de carácter humano,
aquí tenemos que decir con san Pablo que estamos tratando cosas espirituales en
términos espirituales, que sólo aquellos que tiene la mentalidad de CRISTO” (
CF. 1Cr. 2, 13-16) pueden entender. Esta mentalidad es la unción recibida en el
Bautismo, que debe actualizarse convenientemente en la oración.
La eucaristía, piedra angular de la Iglesia
Desde el momento en el que JESÚS sacramentalizó su presencia en la
Eucaristía, la Iglesia supo que ahí estaba su centro, el eje alrededor del que
habría de moverse y su roca firme en la que apoyarse. La Iglesia de JESÚS se
disolvería como un azucarillo si perdiera
la Eucaristía. El mundo entero espesaría mucho más sus tinieblas, si la
Eucaristía desapareciera. Ahora bien, es preciso que la adoración viva,
consciente y vibrante acompañe este alarde del DIOS vivo por acercarse a
nosotros. El vecino más importante de nuestra barriada suele ser el más
olvidado, y esto tiene que paliarse por todos los medios con los que cada uno
cuente. La adoración a JESÚS en la Eucaristía no es un acto más de piedad, es
el fundamento de cualquier otra devoción. Es muy grande y sobrecogedor, pero
cuando comulgamos recibimos a DIOS.
En la escala de Jacob, de la que hemos tratado en los capítulo
anteriores, ellos, los Ángeles, son los principales adoradores invisibles que
están presentes en cada sagrario, en cada Misa. El mandato para ellos está
vigente: “Adórenle todos los Ángeles de DIOS” (Hb 1, 6). El gran anonadamiento
realizado por el VERBO en su encarnación se prolonga en la Eucaristía, y en ese
punto se encuentran los Ángeles para que el “pie del SEÑOR no tropiece en la
piedra” (Cf. Slm 91,11). Pero esta vulnerabilidad del SEÑOR en la Eucaristía
debería ser motivo de profundo asombro, y nunca de desconfianza o escepticismo.
Cuando el creyente se arrodilla ante JESÚS en la Eucaristía tiemblan las
potencias tenebrosas y nos constituimos en ese fiel de la balanza que hace
posible la presencia de la luz angélica en nuestro derredor. No estamos solos
en la adoración y una gran multitud de espectadores nos rodea (Cf Hb
12,1;22-24). Estos acompañantes espirituales no están pasivos, sino que
secundan la intensidad de nuestra adoración, que gana en hondura en la medida
del abandono amoroso y confiado: “tú, JESÚS, estás ahí, nos amas y eres
DIOS”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario