sábado, 17 de febrero de 2018

LA ADORACIÓN (Quinta parte)




Pablo Garrido Sánchez

La adoración cristiana es trinitaria

Adoramos al PADRE por el HIJO en el ESPÍRITU SANTO (Concilio Vaticano II, Optatam totius n. 8). Esta fuente divina nos distingue de las otras dos religiones monoteístas, con las que coincidimos en dicho monoteísmo, pero no en la concepción de DIOS en sí mismo. La adoración en toda su profundidad sólo la podemos realizar unidos al HIJO, con el que los renacidos por ÉL (Cf. Jn 1,12) formamos una unidad. El VERBO descendió de junto al PADRE y se ha hecho historia en la persona de JESÚS de Nazaret. El tránsito a través de los siglos todavía no ha terminado, la RESURRECCIÓN de JESÚS marca una nueva época en la que nos encontramos: los últimos tiempos. Llegados a la plenitud de los tiempos con la aparición de JESÚS en el escenario geográfico de Israel (Cf. Mc 1, 15; Gal 4,4) nos queda el momento en el que el propio JESÚS RESUCITADO considere que ha llegado la plenitud perfecta según el designio eterno del PADRE para entregárselo todo en sus manos (Cf. 1Cor 15,24-28; Ef 1,10). En este intervalo JESÚS sigue estando entre nosotros de una forma especial en la EUCARISTÍA, dando vida al mundo” (Cf Jn 6,33).

Nuestra adoración en “espíritu y verdad” (Jn 4,23), que encuentra sus posibilidades a la adoración en cualquier lugar y tiempo; sin embargo, no se puede deslindar del hecho revelado de la presencia  real de JESÚS en el sacramento eucarístico. El movimiento descendente y ascendente de la presencia de JESÚS en el propio sacramento eucarístico cuenta con la adoración al PADRE a través del Pan de Vida que desciende y pone su tienda entre nosotros (Cf. Jn 1,14; 6,32-33).


En memoria     

El relato de san Pablo, recibido de las comunidades cristianas, y narrado en 1Cor 11,23-25 señala el memorial de lo que JESÚS instituyó en la Ultima Cena: JESÚS  tomó pan y dijo: esto es mi cuerpo; tomad y comed. Al finalizar la Cena, tomo el cáliz, dio gracias, y lo pasó diciendo: Esta es la sangre de la Nueva Alianza, que será derramada por muchos; cuantas veces lo hagáis hacedlo en memoria mía hasta que vuelva. Este texto de san Pablo señala con prioridad el sentido de Alianza, el Nuevo Pacto establecido por JESÚS queda sacramentalizado, y así es posible actualizarlo en cada comunidad para bien de toda la humanidad.

El pan bajado del cielo

San Pablo relata la sacramentalidad de la Nueva Alianza y san Juan en su capítulo seis versículos del veintitrés al cincuenta y nueve, nos ofrece el contenido de la misma. JESÚS como “signo de contradicción” (Cf. Lc 2,24 ) lo mantiene en su condición de Pan de Vida. Muchos discípulos dejaron de acompañar a JESÚS y dirigiéndose a los Doce, les dice: “¿También vosotros queréis marcharos?”; y sigue: “esto os escandaliza, pues “¿qué será cuando veáis al Hijo del hombre sentado a la derecha del PADRE donde estaba antes?”(Cf Jn 6,61-62. Jesús en su presencia eucarística demanda una Fe Especial envuelta en una  debida admiración que resulte del asombro ante la magnitud del hecho que se está realizando . Esta actitud es la misma que debe presidir en nosotros cualquier acto de adoración, pero deforma especial cuando estamos delante de JESÚS eucaristía.

En los versículos señalados de san Juan existe un tránsito que va de la Fe a la máxima unión por el hecho físico de comer la sacramentalidad del cuerpo y sangre de JESÚS. “Es DIOS  el que da el verdadero pan del Cielo”,  y reconocerlo como tal es obra del mismo PADRE, por lo que dice JESÚS: “Nadie puede venir a MÍ, si el PADRE que está en los Cielos no lo atrae”. La acción del PADRE en el discípulo hacia el reconocimiento de JESÚS es atractiva y no una acción impositiva, de ahí que la relación entre el discípulo y JESÚS esté establecida en la confianza, que es la Fe compartida en una relación impulsada por la Caridad. Todas las afirmaciones sobre los efectos del Pan de Vida están precedidas por una forma estilística que indica un compromiso por parte de DIOS totalmente firme: “En verdad, en verdad os  digo”..


Pan de vida y resurrección

Las palabras de JESÚS sobre la Eucaristía no constituyen una enseñanza cualquiera, no se trata de una nueva parábola o la consecuencia de un milagro. Creer en JESÚS como el Pan de Vida lleva consigo la incorporación a la dimensión crística, JESÚS no lo echará afuera, y lo estará incorporado a su misma gloria. La Fe en JESÚS Eucaristía opera la Resurrección en el Último Día, pero no dejemos de señalar que  el Último Día incluye el ahora presente. JESÚS se lo hace saber a Marta y a su hermana María en el acontecimiento de la revivificación de Lázaro (Cf. Jn 11,25-26). Este es un buen momento para  hacer notar la gran diferencia entre revivificación a esta vida presente y la verdadera resurrección: Lázaro es traído de nuevo a este mundo, pero su verdadera resurrección vendría después, aunque en el ámbito de la Fe en JESÚS cada discípulo vive los efectos de la Resurrección del SEÑOR.


Comunión total

No se puede decir algo de más hondura dentro de la vida  espiritual o cristiana, de lo que manifiesta JESÚS en estos versículos: “De la misma manera que YO vivo por el PADRE, así el que me coma vivirá por MÍ”. Tras habernos iluminado sobre su propia identidad como el alimento verdadero, que da la vida a los hombres del mundo entero, JESÚS señala la máxima presencia de DIOS en el hombre: la comunión eucarística trasvasa la vida de DIOS a las fibras físicas, psíquicas y espirituales del hombre. Todo esto hay que meditarlo con detenimiento, pues no es una ciencia de carácter humano, aquí tenemos que decir con san Pablo que estamos tratando cosas espirituales en términos espirituales, que sólo aquellos que tiene la mentalidad de CRISTO” ( CF. 1Cr. 2, 13-16) pueden entender. Esta mentalidad es la unción recibida en el Bautismo, que debe actualizarse convenientemente en la oración.


La eucaristía, piedra angular de la Iglesia


Desde el momento en el que JESÚS sacramentalizó su presencia en la Eucaristía, la Iglesia supo que ahí estaba su centro, el eje alrededor del que habría de moverse y su roca firme en la que apoyarse. La Iglesia de JESÚS se disolvería como un azucarillo si perdiera  la Eucaristía. El mundo entero espesaría mucho más sus tinieblas, si la Eucaristía desapareciera. Ahora bien, es preciso que la adoración viva, consciente y vibrante acompañe este alarde del DIOS vivo por acercarse a nosotros. El vecino más importante de nuestra barriada suele ser el más olvidado, y esto tiene que paliarse por todos los medios con los que cada uno cuente. La adoración a JESÚS en la Eucaristía no es un acto más de piedad, es el fundamento de cualquier otra devoción. Es muy grande y sobrecogedor, pero cuando comulgamos recibimos a DIOS.


La nueva asamblea

En la escala de Jacob, de la que hemos tratado en los capítulo anteriores, ellos, los Ángeles, son los principales adoradores invisibles que están presentes en cada sagrario, en cada Misa. El mandato para ellos está vigente: “Adórenle todos los Ángeles de DIOS” (Hb 1, 6). El gran anonadamiento realizado por el VERBO en su encarnación se prolonga en la Eucaristía, y en ese punto se encuentran los Ángeles para que el “pie del SEÑOR no tropiece en la piedra” (Cf. Slm 91,11). Pero esta vulnerabilidad del SEÑOR en la Eucaristía debería ser motivo de profundo asombro, y nunca de desconfianza o escepticismo. Cuando el creyente se arrodilla ante JESÚS en la Eucaristía tiemblan las potencias tenebrosas y nos constituimos en ese fiel de la balanza que hace posible la presencia de la luz angélica en nuestro derredor. No estamos solos en la adoración y una gran multitud de espectadores nos rodea (Cf Hb 12,1;22-24). Estos acompañantes espirituales no están pasivos, sino que secundan la intensidad de nuestra adoración, que gana en hondura en la medida del abandono amoroso y confiado: “tú, JESÚS, estás ahí, nos amas y eres DIOS”.

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