El brillo del dinero, en sus múltiples y atractivas
manifestaciones, nos deslumbra y apaga otras luces beneficiosas para la vida de
verdad, las que nos permitirían andar
sobre seguro, evitando cualquier
obstáculo en el camino, por pequeño e insignificante que fuera.
También es cierto que la mayoría de las personas muestran un mínimo de sensibilidad y empatía
con los que sufren cualquier adversidad, y si pueden, echan una mano. Cuando se
trata de dinero es más complicado, se hacen muchos cálculos y razonamientos, antes
de dar o prestar dinero a nadie, incluso aunque se trate de dar una limosna a
quien la pide humildemente, incluso sin palabras.
Entre las personas sin hogar, al menos entre las que conozco e
ido conociendo a lo largo de mis horas, días y algún año de voluntariado, también suele ocurrir que se ayuden entre
ellas, que haya una solidaridad sin duda acentuada por compartir la misma
adversidad: ser un sin techo, una persona marginada que carece de derechos
esenciales para ser un ciudadano de plenos derechos, al que protege el brillo
del dinero, aunque sea un pequeño destello, pero que sea suficiente para
garantizar un mínimo de autonomía y dignidad.
Pero, en algunas
ocasiones, cualquier persona, se encuentre en situación de necesidad o no, se
deja deslumbrar por el brillo del dinero o cualquier cosa que lo represente.
Cuando el que sucumbe ante el brillante espejismo de un bien,
que pertenece a otro pobre, es pobre también, entonces transforma aquella
solidaridad natural y lógica entre iguales en una traición, el daño que causa
puede ser inmenso, ya que le quita lo único que posee de valor, sobre el que
había construido quizá un pequeño proyecto para mitigar la dureza de su pobreza
crónica.
Hace escasos días ha sucedido un caso así entre dos personas
que tratamos a diario, aprovechando la debilidad de la víctima. El traidor
actuó con rapidez y con engaño. Le salió bien la jugada, de momento, y se fue
para no enfrentarse a las consecuencias. Ahora andará errante, varios años
quizá, antes de aparecer por aquí de nuevo; y no sería la primera vez que
repite la faena.
No quiero condenarlo en absoluto, pero sí quiero hacer notar
que a pesar del escaso brillo que en realidad podía tener ese dinero sustraído,
por su cantidad, en cambio para la víctima podría tener un valor muy elevado.
¿Cómo se juzga un caso así? Quizá el culpable estaba
enajenado por la necesidad… y, por otro lado esta víctima, así como otras
muchas, tienen un elevado grado de desprendimiento, acostumbrados como están a perder
lo poco que tienen. Tienen por eso, mayor facilidad para disculpar y olvidar sin
condenar, dispuestos siempre a superar los
contratiempos. Por eso sobreviven milagrosamente en la adversidad, a menudo con
una sonrisa en los labios, una palabra amable para agradecer lo que reciben, lo
cual los coloca en una grado superior de humanidad, porque son lo que son, sin un
sostén material, sin esconderse tras el brillo del dinero.
La miseria no entiende de empatias, solidaridad o otros sentimientos nobles y sanos.
ResponderEliminarNo me refiero a la miseria económica sino a la interior.
Ya sea rico o pobre miserable será siempre.