Opinión de JOSÉ LUÍS NUNES
MARTINS
Ser capaz de arrancar a alguien una espina que lleva clavada en el
cuerpo, el cual puede que ya esté resignado, tiene algo de libertador, casi
divino.
Todos tenemos espinas clavadas en
la carne que nadie conoce y pocos imaginan. Y son esas espinas, las que no se
ven, las duelen en lo más hondo. Ellas revelan nuestra enorme fragilidad, pero
también nuestra fuerza para seguir adelante, a pesar de que su presencia nos
duele cada día, a cada paso. A veces, estos hierros escondidos, se vuelven más
difíciles, intolerables y duros para con los otros…
Ser capaz de arrancarle a alguien
una espina que lleva clavada en el cuerpo, a lo cual puede que ya esté resignado, tiene algo de
libertador, casi divino. Es grande la luz de quien comprende que, más allá de
las espinas, hay otras muchas, mayores y más afiladas, clavadas en otras
personas, tal vez más débiles e inocentes.
Es cierto que las espinas forman
parte de la vida. Todos los sueños con los que nos evadimos son mentira hasta
el punto de imaginarnos que, llegando a un determinado punto en este mundo, las
espinas dejarán de existir.
Las espinas de la vida pueden servir para que
recordemos cuán valiosas son las cosas buenas. La vida es extensa y muy rica en
bondades y maldades.
Por cada uno de nosotros que
conquista algo sublime, habrá muchas personas buenas que quedan por el camino. No
por ser más, sino porque al cielo se llega por caminos duros.
Siempre habrá espacio entre las
espinas. Quien quiere crecer ahí, más pronto o más tarde tiene que pasar por
ellas, para florecer más tarde.
Las espinas son pasajeras, aunque
su tormento dure una vida entera.
Casi todos queremos alcanzar el
cielo, ¿pero cuántos de nosotros estaremos dispuestos a ir por donde se debe ir
para llegar?
El amor, la verdad y la vida
están mezclados con las espinas, que coronan las vidas de quienes se dan.
ilustração de Carlos Ribeiro
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