Opinión
de JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
Desde
el portón de entrada en nuestra interioridad hasta la entrada en nuestra
intimidad hay una distancia. Como si el ser más profundo de cada uno de
nosotros estuviese escondido dentro de un bosque o solo fuese accesible a
través de un laberinto.
Podemos
oír o ver algo y no querer que lo que oímos, o vemos, toque nuestro corazón.
Esta
voz secreta que solo se puede escuchar en total recogimiento no está siempre
accesible.
El
lugar de nuestro valor y nuestra valentía, estando lejos de las murallas que
nos protegen del exterior, están aún dentro de una fortaleza interior bien
guardada, hasta de nosotros mismos.
Pocos
son los que reconocen que son una amenaza para sí mismos. Hay muchos hombres
que se creen señores de sí mismos y acaban por volverse salteadores y destructores
de sus propios tesoros, porque no saben resguardar su intimidad y confunden lo
cercano con lo íntimo, la simple sonrisa con el afecto puro, la palabra con la
verdad.
Aceptar,
sin prudencia, todo de todos es algo tan tonto como dar todo a todos, sin
sensatez.
Es
importante guardar las distancias que nos protegen de los ataques del exterior,
distinguir lo que se puede decir de aquello que debe ser guardado para ser
dicho después y, aún más importante, mantener la integridad de lo que tenemos
de más auténtico: nuestro amor.
Quien
no reconoce su altura y profundidad, su integridad a todos los niveles, no
puede esperar que su verticalidad se mantenga por mucho tiempo. La prudencia y
el cuidado para con nosotros mismos son esenciales.
Hay
quien exige de los otros un respeto que no es capaz de tenerlo siquiera consigo
mismo. Descuidar la cortesía con los que nos son más cercanos es un desastre,
ante nosotros mismos es todavía más trágico. Acarea una confusión que nos hace
perder lo que tenemos de más valioso: nuestra alma.
Hay
un camino que va de la cancela de nosotros mismos hasta la puerta misma de nuestra
intimidad. Es importante cuidarlo, mantenerlo limpio, iluminado y sin las
amenazas propias de lo que está abandonado.
Este
es el camino por donde pasan los que invitamos a vivir con nosotros, en lo más
íntimo de lo que somos. Donde un fuego nos calienta sin quemarnos, nos ilumina
sin cegarnos, nos señala el camino sin confusión, nos acepta como suyos y nos
hace amar.
No
podemos amar sin prepararnos para aceptar y acoger al otro en nosotros.
Entregándole lo mejor de lo que somos. Aquello que fuimos capaces de preservar
para él.
Ilustración
Carlos Ribeiro
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