miércoles, 3 de mayo de 2017

Una reflexión personal. (Referente esencial)


La sociedad, el mundo, son realidades muy complejas, nadie lo duda, ni lo ignora. Aunque hemos alcanzado un enorme desarrollo, generación tras generación, a lo largo de la historia, siempre destacamos lo peor, lo mal que está, los desequilibrios y desigualdades disparatadas e hirientes que lo desfiguran, convirtiéndolo en un lugar inhóspito para millones de personas, en todos los tiempos, pero sobre todo en nuestros días, cuando un día, para muchos, se hace interminable. Vemos al mundo de hoy que avanza desbocado, azuzado por el odio, despreciando y atropellando a su paso todo lo que encuentra, destruyendo incluso civilizaciones laboriosamente construidas, con el esfuerzo y deseo de mejora de generaciones y generaciones.

Este modelo de progreso es, cada día,  más artificial y mecánico, habiendo llegado al grado de “progreso ensimismado”. No responde a necesidades reales humanas, sino que disfruta creando y recreándose a sí mismo, anticipándose incluso a las realidades materiales y humanas. Menosprecia su función principal: satisfacer las necesidades reales, individuales, familiares, colectivas, de los seres humanos, de todos, sin excepción. Ese es el ideal y el referente principal: el bien común, que alcanza a cada ser humano, según sus capacidades y necesidades, bien regulado, bien administrado. Tarea para la cual se debe preparar y escoger a los mejores gestores, los más justos, los más imparciales e insobornables, si de verdad queremos progresar razonablemente, con seguridad, evitando retrocesos peligrosos.

Pero ese referente ideal, el ‘bien común’, necesita un soporte muy fuerte, un anclaje insobornable, incuestionable, que sea asumido y respetado por todos a la vez. A mí me sirvió durante algún tiempo el “mundo de las ideas” de Platón, cualquiera podría entender que el Bien, la Verdad, la Luz, son ideas madre, capaces de atraer y sustentar formas de gobierno y conductas particulares ejemplares, que a la vez que nos perfeccionan individualmente  redundarían en beneficio propio, de otros y de todos.

Pero frente a este ideal, que en cada época se ha expresado y vivido de diferentes maneras, siempre combate una fuerza bruta, egoísta; peor aún, malvada, que solo busca el mal por el mal, y lo hace desde siempre. Cierto que le  ha resultado imposible impedir, y lo ha intentado a lo largo de la historia hasta desencadenar dos (o tres) guerras mundiales, que disfrutemos de un enorme desarrollo material, y de sociedades más o menos democráticas y justas, capaces de ir dando respuestas a las necesidades vitales de un número creciente de personas. Hoy, por ejemplo, podemos hablar de “Estado del bienestar” (a pesar de la crisis), en las sociedades más desarrolladas, y dicen las estadísticas que hay menos pobres en este mundo  globalizado.

Como el conocimiento del “mundo de las ideas” no me bastaba ya para garantizar un desarrollo duradero, quiero convencerme de que debe haber otra fuerza invencible a favor del ser humano: el Amor. Un amor puro,  gratuito, sin límites. Pero, ¿Dónde podremos  cimentarlo? Tiene que  ser un cimiento diamantino, puro, inalterable; y no solo una idea. El único que puede colmar esas aspiraciones tiene que ser un ser absoluto, dueño de sí mismo, coherente, incontaminado, que da la vida, la mantiene y es capaz de regenerarla.


Ese ser supremo, inconmensurable, inagotable, infinitamente amable solo puede ser uno: Dios. Un Dios que se hace hombre, que nos muestra el camino para volver a Él, a través del sacrificio de su propio Hijo. Podemos ser salvados, debemos querer ser salvados, reconocer que nuestras limitaciones exigen un complemento para alcanzar la plenitud, que no está en nosotros mismos. Es tan sencillo, que solo los limpios de corazón, los humildes, los que saben distinguir lo esencial de lo superfluo, son capaces de entenderlo, aceptarlo y dar incluso la vida por él, si fuera preciso, como han hecho a lo largo de la historia, y en la actualidad siguen haciendo los numerosos mártires contemporáneos en distintas partes de la tierra. ¡Gloria y honor a estos elegidos que nos alumbran con su testimonio!

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