Ando yo inmerso en un asunto
personal de calado y de cierta trascendencia, también por la edad. No es que
quiera hablar en público de mis asuntos particulares, que bastante tiene cada
cual con los suyos, pero quiero resaltar
al protagonista, el interlocutor de mi confidencia.
Reconozco que tengo alguna
dificultad de comunicación con las ‘personas normales’, me da la impresión, sobre
todo cuando se llega a ciertas profundidades o confidencias, propias o ajenas,
de que se ponen a la defensiva... no sea que se les vaya a pedir algo o
simplemente a decir algo que suponga la mínima alteración en su ordenada vida
tranquila.
Es por esto, y por el largo
tiempo conviviendo con personas carentes de lo más elemental (¡éstos sí que
valoran las pequeñas cosas, los pequeños gestos, una simple palabra o el tono
empleado en ella!), por lo que me resulta más fácil entenderme con estas. No es
la primera vez que he manifestado mi total admiración por personas sin hogar
que, a pesar de sus carencias, tienen pensamientos y palabras para agradecer
sinceramente cuanto reciben, y para expresar su fe inquebrantable, como Job, en
el recto proceder de Dios en sus vidas. No transmiten ni una leve sombre de
rencor o desesperanza. Son, sin ninguna duda, admirables.
De acuerdo que son excepciones,
faltaría más, pero ojalá que muchos, necesitados o no, supieran apreciar su
ejemplo. Por eso me veo impulsado a escribir estas cosas de vez en cuando, para
que el bien más humilde, ignorado de la mayoría, sea reconocido, por cualquier
persona que lo encuentre a su paso, y
sobre todo para que se sienta administrador de la providencia divina con
esas personas, aunque solo fuera para experimentar la inmensa satisfacción que
produce el dar sin esperar, practicar la economía y la justicia divinas, que no
exige trueque alguno, y solo nos juzga por nuestras obras, y según empleemos
los talentos recibidos.
Bueno. Esta larga introducción es
para expresar mi agradecimiento a una persona sin hogar que cumple con creces
cuanto acabo de decir sobre estos ‘Jobs’ anónimos. No es ni siquiera español,
es más, es un refugiado político, y en concreto, armenio. Vivía muy bien en su
país, tenía un buen negocio y estaba de alguna manera implicado en la política
de su país. Pero la caída de la URSS les condujo a una guerra civil por el
poder entre armenios, que son cristianos ortodoxos, y los azeries, musulmanes, los cuales se
negaban a compartir el poder con los armenios, aunque durante el comunismo
habían convivido en paz. Su padre perdió la vida en esos enfrentamientos; el resto pues es imaginable. Hoy su familia está dispersa por Europa, menos su
madre que sigue en Armenia.
He charlado a mendo con él y casi
siempre hablamos de religión, o de la cultura de su pueblo, cuando no cuenta algún cuento o algún chiste,
que se le dan muy bien. Tiene una fe bien probada en Dios; cree firmemente que
sus mandamientos y doctrina son la fuente mejor para la organización social,
familiar y política; si así fuera, habría menos problemas en el mundo. Pero la
muerte brutal de su padre, las
consecuencias para su familia y su pueblo, la emigración, le hacen ser tolerante con todas las
creencias, y él mismo tiene su forma particular de entender y vivir su propia
fe.
Sea por esta forma suya de
entender la vida, sea porque demuestra ser un hombre horado, amable, digno de
toda confianza, lo considero un amigo, y
creo que él está de acuerdo en que lo somos de verdad. Esta confianza precisamente
me llevó a mí el otro día a pedirle que me orientara en ese conflicto familiar que me ocupa y preocupa tanto. Se limitó a
escucharme atentamente, olvidándose de sus propios problemas; me pidió alguna precisión de vez en cuando, hasta
que se quedó mirándome en silencio, con un gesto elocuente y lleno de empatía. Cuando yo terminé de exponerle mi
problema, me regaló unas palabras que expresaban una perfecta descripción de la
situación que vivo, y refuerzan sin duda la decisión que había tomado.
En nuestro caso, estoy convencido de que la fe que compartimos nos une de una manera particular, nos hace más fácil
el entendimiento mutuo como personas humanas, a pesar de las diferencias.
Reconozco que yo siento cierta fascinación por la iglesia armenia y ortodoxa, porque
representan la pervivencia de la Iglesia más primitiva, heredera directa de
aquellos que estuvieron en contacto directo con los apóstoles y primeros Padres
de la Iglesia. De alguna manera este hombre responde a este sentimiento, y lo
refuerza, y con él la poca fe que tengo, aunque no quisiera perderla nunca, en ninguna circunstancia que me quede por vivir.
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