OPINIÓN DE JOSÉ LUÍS NUNES MARTINS
La ilusión de que estamos a la distancia de dos toques con
la punta del dedo puede hacernos creer que estamos próximos... No, no estamos.
Ya casi nadie se obliga a preparar con cuidado lo que va a
decir. Un encuentro, un diálogo al teléfono o un mensaje escrito merecen cada
vez menos atención a los detalles. El discernimiento y el acierto dependen
mucho más de la cualidad que de la cantidad de las palabras.
Sentimos tanta necesidad de comunicar que acabamos por no
preocuparnos de decir todo, de forma completa, cuidada y ponderada, tal como
debía ser. Creemos, mal, que tenemos siempre más y más oportunidades.
Si hoy me olvido decir algo, creo que no tendré dificultad
en decirlo después. Y nos olvidamos siempre de cosas... la mayor parte de las
veces, de las más importantes.
Hablamos tanto, y de forma tan despreocupada, que nos
minusvaloramos a nosotros mismos por no ser capaces de la verdad que los otros
necesitan –y que nosotros merecemos.
Se comunica mucho, pero cada vez hay más confusión,
equivocaciones y discordias. Las palabras sirven para no entendernos.
Personas diferentes hablan idiomas diferentes. Las mismas
palabras tienen significados, pesos y valores diferentes, a veces incluso para
una misma persona en tiempos y espacios distintos... incluso hay quien cambia
de referencias de un momento a otro.
Con una comunicación tan voluminosa, flexible y constante,
cada palabra pierde sentido frente al todo.
El silencio es hoy, más que nunca, un valor absoluto, por la
paz de que es capaz. El silencio puede ser un arma que aísla y sofoca, pero
también es sólo en el silencio como se dice la verdad y se puede ser feliz.
... y es al silencio a quien corresponde siempre la última
palabra...
(ilustração de Carlos Ribeiro)
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