JUAN M. BLANCO
... Lo grave no es que la gente
intente aparentar juventud física, recurra en exceso a la cirugía estética o a
los implantes capilares. Es más
preocupante que un creciente porcentaje de adultos se afane en el cultivo
consciente de su propia inmadurez... La
experiencia, el conocimiento que proporciona la edad no es ya virtud sino
rémora, un lastre del que desprenderse a toda costa. It’s so hard to get old
without a cause. Youth is like diamonds in the sun, and diamonds are
forever.
Marcel Danesi, (“Forever young”), describe
este síndrome colectivo: la adolescencia se extiende hoy hasta edades muy
avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez
menos el mundo que los rodea. La opinión
pública tiende a considerar la inmadurez deseable, incluso normal para un
adulto. Como resultado, cunde una sensación
de inutilidad, de profunda distorsión: quienes
toman las decisiones cruciales suelen ser individuos con valores adolescentes...
El discurso político se simplifica, dogmatiza, se agota en sí mismo, se
limita a meras consignas, sencillas estampas. Pierde la complejidad que
correspondería a un electorado adulto. En concordancia con la visión
adolescente del mundo, no se exige en
los líderes políticos ideas, capacidad de elaboración, sino belleza, atractivo,
tópicos, divertidas frases, una imagen que conecte con un electorado envejecido
en edad pero muy rejuvenecido en mentalidad.
Los nuevos tiempos son testigos
de la preponderancia de los rasgos infantiles sobre los maduros. La impulsividad, los instintos, dominan a
la reflexión; el placer a corto plazo a la búsqueda del horizonte. Los
derechos, o privilegios, imperan
sobre los denostados deberes, esas pesadas obligaciones de un adulto. La inclinación a la protesta, al pataleo,
domina a la auto superación. Y la imagen se antepone al mérito y el
esfuerzo.
Los medios de comunicación actúan en consecuencia: incluso la
prensa más seria promociona el cotilleo más obsceno, el chascarrillo, el
escándalo, esas noticias que hacen las delicias del público con
mentalidad adolescente. Resulta
preocupante la fuerte deriva de la prensa hacia el puro entretenimiento,
la mera diversión, en detrimento de la información y análisis rigurosos. La
preponderancia de ubres y glúteos sobre la opinión razonada.
El creciente infantilismo fomenta
la difusión de miedos, esos temores
inventados o exagerados que generan los reflejos distorsionados de la calle en
la oscuridad de la habitación. Surge una
“sociedad del miedo“, tremendamente conservadora, que en el cambio ve peligros,
no oportunidades. Una colectividad asustadiza, víctima fácil del terrorismo
internacional. Nunca fue el mundo tan
seguro como en el presente; pero nunca el ciudadano medio vivió tan aterrado.
Ni el intelectual tan temeroso de escribir lo que realmente ocurre. Una
sociedad bastante cobarde, insegura, que se asusta de su sombra, de lo que come
o respira, que siente pánico ante noticias que, por definición, no son más que
excepciones. Prueba de ello es la creciente atracción por el milenarismo: igual que en la Edad Media, los
predicadores del Apocalipsis ejercen una singular fascinación, aunque sólo
pretendan llenarse los bolsillos.
... Y que los dirigentes han contribuido con todas
sus fuerzas a diluir o difuminar la responsabilidad individual. A sumir al
ciudadano poco avisado en una adolescencia permanente. El Estado paternalista aseguró al súbdito que resolvería hasta la más
mínima de sus dificultades a cambio de renunciar al pensamiento crítico, de
delegar en los dirigentes todas las decisiones. Fue la promesa de una
interminable infancia despreocupada y feliz.
La mentalidad infantil encaja muy bien en la sociedad compuesta por
grupos de intereses, que tan magistralmente describió Mancur Olson. Unas facciones que actúan como pandillas de adolescentes
en entornos donde escasea la responsabilidad, donde el grito, la pataleta, el
alboroto, son vías mucho más eficaces para conseguir ventajas que el mérito y
el esfuerzo.
El populismo constituye la fase final, el perfeccionamiento del proceso
de infantilización, la cosecha definitiva de esas semillas sembradas
concienzudamente por los dirigentes del Mundo Occidental. No es tan
significativa la estética quiceañera como el discurso arbitrista, empachado de
“lo público”, proclive al reparto de prebendas, tendente a eliminar los restos
de responsabilidad individual. Líderes adolescentes y caprichosos para una
sociedad infantil, anestesiada, entretenida con los juguetes que los de arriba
dejan caer a voluntad.
https://benegasyblanco.com/2017/02/28/la-imparable-infantilizacion-de-occidente/
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