A veces uno se pregunta
por qué pasan las cosas, sean estas buenas o malas. Hoy toca hablar de las
buenas, dentro de lo que cabe, aunque, ¿quién sabe? ¿por qué no pueden ser los primeros pasos que, de forma más amable, conducen a una vida digna, normal?
Una persona que iba
hacia abajo, tan abajo que quiso ir bajo tierra, despertó. Aturdida, varios días,
bajo los efectos del tremendo shock, y deslumbrada al ver de nuevo la luz, hasta
recuperar el control del tiempo y, con él, el de su propia vida. Se alimenta básicamente
del aire que respira y del agua clara que limpia y arrastra las adherencias nocivas
de la vida pasada. Pero ya no hay marcha atrás, ahora sólo hay, gracias a Dios,
un camino hacia adelante, con un
porvenir todavía por descubrir, pero sostenido por la confianza y protegido
contra los retrocesos, tras ese criminal hartazgo de adversidades.
Yo no sé cómo sucede,
pero la alarma ha provocado una serie de
corrientes benéficas que, sin duda le harán más fácil el camino nuevo. “En la
desesperación Te invoqué y Tú me escuchaste, y colocaste tus peones al servicio
de tu protegido”. Porque siendo bueno e inocente, había sufrido demasiado, y no
encontraba la manera de empujar tanto cascote como le había caído encima, y de
dejar de gritar socorro.
Estas cosas ocurren.
Para unos son casualidades, y no se preocupan de pedir con humildad ayuda, y no
les merece la pena esforzarse demasiado; por eso ocurren o no ocurren. Otros en
cambio, piden con humildad, y no se cansan de luchar, y no saben cómo, pero un
día sucede algo extraordinario. Tampoco les cuesta reconocerlo, y entonces sí
que ha cambiado su vida de verdad, entra en otra dimensión, donde no hay límites,
donde todo es posible, y nunca estará solo.
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